Apostar es uno de los pasatiempos más antiguos del mundo. Las apuestas comenzaron como un entretenimiento en la antigüedad y sus resultados se percibían como un mero capricho de los dioses. Ahora apostar se ha transformado en la forma más extraordinaria de ganarse las habichuelas. La historia de esa transformación resulta tanto interesante como relevante para todos los aspirantes a apostantes profesionales.
Tan solo en los Estados Unidos, los ingresos de las loterías y los casinos físicos totalizaron 57.000 millones de dólares en 2006, superando con creces los 20.000 millones de dólares generados por las entradas de cine y las grabaciones musicales y los 28.000 millones de dólares en ventas de McDonalds, Burger King, Wendy’s y Starbucks juntos.
A pesar de estos datos, a menudo las apuestas no se ven con buenos ojos. Al final del artículo se hará una idea del porqué de esta situación, así como de las características que distinguen a un jugador de un apostante inteligente.
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Al principio era cuestión de suerte
Se cree que la primera forma de apuesta documentada en la historia de la humanidad se remonta a la antigua China, alrededor del año 2300 a. C. Aunque no se trataba simplemente de un entretenimiento. Los indicios señalan que los dados se utilizaban para decidir el destino de los territorios. Esta situación era la misma en Europa. En el año 100 d. C., la disputa sobre el Distrito de Hising entre el rey Olaf de Noruega y el rey Olaf de Suecia se resolvió a favor del rey sueco gracias a que sacó un doble seis de manera consecutiva al tirar los dados (una probabilidad de 1 entre 36).
En lo que se refiere a apostar al resultado de eventos deportivos, el mérito se lo lleva la antigua Grecia, hogar de los Juegos Olímpicos. Hace miles de años, se celebraban competiciones atléticas (como carreras y lanzamiento de disco) en varias ciudades y se otorgaban premios en metálico a los ganadores. Sin embargo, las gradas desde las que se veían estos eventos eran el lugar en el que se amasaban grandes fortunas, apostándose haciendas completas.
Los primeros romanos se tomaban las apuestas deportivas todavía más en serio, con apuestas tan elevadas que suponían no solo la pérdida de sus posesiones materiales, sino incluso de su libertad. Desde los dados a las tabas pasando por los juegos de mesa y las carreras de cuadrigas, todo era justo en Roma; incluyendo el uso de losas dirigidas “mágicamente” con el objetivo de causar mala suerte al rival, e incluso su muerte.
Las apuestas se consideraban una metáfora de la vida. El filósofo romano Plinio el Viejo escribió esta famosa cita en el siglo I: “Estamos tan a merced de la misericordia del azar, que el azar es nuestro dios”.
Que se haga la luz
El riesgo no se estudió científicamente hasta el Renacimiento, lo que condujo al descubrimiento del fascinante mundo de la probabilidad, la base de la gestión del riesgo moderna que utilizan las casas de apuestas y los apostantes profesionales.
El Renacimiento fue una época de agitación religiosa, innovaciones extraordinarias y un acercamiento enérgico a la ciencia que puso al misticismo en desventaja. En 1654, Chevalier de Mere, un noble francés al que le gustaba el juego y las matemáticas, retó al famoso matemático Blaise Pascal a resolver el acertijo que el monje Luca Paccioli planteó alrededor de doscientos años atrás. El acertijo se convirtió en un enigma para los matemáticos, que seguían siendo incapaces de resolverlo. Pascal pidió consejo a Pierre de Fermat, abogado y matemático.
El resultado de su esfuerzo conjunto marcó el inicio del fin para la superstición a la hora de asumir riesgos. Lo que parece una versión del siglo XVII del juego del Trivial Pursuit es lo que condujo al descubrimiento de la teoría de la probabilidad, la base matemática del concepto de la gestión del riesgo.
A lo largo de los años, los matemáticos transformaron la teoría de la probabilidad, haciendo que pasara de ser el juguete de un apostante a una poderosa herramienta para organizar, analizar y aplicar la información; creando valiosas técnicas cuantitativas que ahora utilizamos en todos los aspectos de la vida moderna, desde encuestas de opinión y selección de valores hasta cata de vinos y pruebas con medicamentos.
¿Jugar o apostar con inteligencia? ¡Usted decide!
El diccionario Merriam-Webster define el riesgo como “la posibilidad de que suceda algo malo o desagradable”. Warren Buffet, el multimillonario estadounidense que se enriqueció gracias a su propio esfuerzo, pronunció esta famosa cita: “El riesgo viene de no saber lo que estás haciendo”.
Desde un punto de vista etimológico, “riesgo” deriva del italiano antiguo rischiare, que significa “atreverse”. En este sentido, el riesgo es una elección, en lugar de una cuestión de suerte.
Si confiásemos en el consejo de este inversor con tanto éxito, las acciones que nos atrevemos a emprender son directamente proporcionales al conocimiento que poseemos. Por tanto, el éxito no depende del azar, sino de la elección, al menos para aquellos que deciden encauzar la pasión humana por las apuestas hasta convertirla en una actividad lucrativa.