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Autor: Razvan Vlaicu *

Hace cuatro décadas, los latinoamericanos vitoreaban con furor cada vez que caían derrocadas una tras otra las dictaduras militares, dando paso a sistemas democráticos con elecciones libres, libertad de expresión e instituciones cada vez más independientes. Esa transición, que formó parte de la tercera ola de democratización, transformó a América Latina y el Caribe, que dejó de ser un lugar de regímenes militares opresivos para convertirse en la región más democrática del mundo en desarrollo, e hizo nacer en la gente la esperanza de que los gobiernos de su elección podrían mejorar radicalmente sus vidas.

Hoy, el sentimiento público en la región es menos optimista y el apoyo a la democracia, si bien se encuentra lejos de estar muerto, necesita cuidados intensivos con urgencia. La versión más reciente del Latinobarómetro, una encuesta de opinión pública anual de 18 países en América Latina, pinta un panorama aleccionador de una región desencantada con el gobierno representativo: la satisfacción con la democracia en el estudio de 2018 solo alcanza ahora 24%, cifra inferior al 44% de 2010: el nivel más bajo desde que la encuesta introdujo la pregunta hace más de 20 años. Entretanto, la confianza en los partidos políticos ha registrado una baja histórica del 13%. No es de extrañar que el año pasado los partidos políticos tradicionales fueran derrotados en las urnas: más notoriamente con la caída del poder del Partido de los Trabajadores (PT) en Brasil y la derrota del Partido Revolucionario Institucional (PRI) en México.

 

DEMOCRACIA VERSUS AUTORITARISMO

La edición 2018 del Índice de democracia, compilada por la unidad de inteligencia de The Economist, clasifica únicamente a dos países de la región, Costa Rica y Uruguay, como plenamente democráticos, mientras que Nicaragua pasó por primera vez a formar parte del grupo de países autoritarios, junto con Venezuela y Cuba. De hecho, según la encuesta del Latinobarómetro, ahora el respaldo público a la democracia por encima del autoritarismo asciende tan solo a 48%, cifra inferior a 61% alcanzado en 2010, lo cual constituye un recordatorio de lo difícil que es asegurar la solidez y la estabilidad de las democracias en la región, por imperfectas que sean.

¿Cómo hemos llegado a este punto, con un porcentaje tan alto de personas que no están seguras sobre qué es mejor, si la democracia o el autoritarismo?

 

CAUSAS DE DESCONTENTO

Parte de la explicación tiene que ver con el estancamiento económico. Desde 2013 en América Latina el crecimiento económico se ha estancado en torno al 1% y, como resultado, los ingresos per cápita han disminuido. A pesar de que hubo una reducción de la desigualdad durante los años del auge de los productos básicos de la década de 2000, América Latina sigue siendo una de las regiones más desiguales del mundo. Esto, junto con el desempleo, alimenta el resentimiento contra las elites políticas.

La delincuencia es otro factor: al vivir con una tasa de homicidios que es cuatro veces el promedio mundial, los ciudadanos ya están hartos de los problemas crónicos de crimen organizado, pandillas y violencia callejera. Están cansados de vivir atemorizados y tener que pagar los costos personales de una seguridad pública deficiente.

Por otra parte, los escándalos de corrupción siguen sacudiendo la región. Más de una docena de expresidentes y vicepresidentes han sido acusados o condenados por cargos de corrupción en los últimos años. Cerca de la mitad de los latinoamericanos piensa que la mayoría de sus funcionarios locales y nacionales están implicados en casos de corrupción, y 65% afirma que el problema está empeorando, según Latinobarómetro 2018.

Además, en numerosas sociedades de América Latina y el Caribe, la polarización exacerba estos problemas. En muchos casos, la región está conformada por sociedades divididas: no hay consenso entre la población sobre cuestiones clave y se desconfía de la oposición. Según la última Encuesta Mundial de Valores, en la que los encuestados deben posicionarse en una escala ideológica izquierda-derecha, los nueve países participantes de la región mostraron en promedio una mayor polarización entre los votantes que 13 países desarrollados, incluido Estados Unidos. Con una población tan dividida, es difícil buscar la conciliación entre los responsables de las políticas públicas. Esto ha impedido el tipo de buena gobernanza que sirve para encontrar soluciones a problemas como la corrupción, la delincuencia y el estancamiento económico.

 

RECUPERANDO LA CONFIANZA EN LA DEMOCRACIA

América Latina necesita mejores gobernanzas y, por ende, democracias más sólidas. Los gobiernos tendrán que esforzarse mucho para recobrar la confianza en las instituciones políticas. Deberán fomentar la participación de la comunidad, el activismo de base y el desarrollo de medios de comunicación independientes que apoyen la participación política y promuevan sociedades civiles dinámicas. Tendrán que estimular el espíritu empresarial: en vez de transferencias gubernamentales, tendrá que haber leyes y normativas justas que permitan la prosperidad de pequeñas y medianas empresas. En definitiva, aquellos ciudadanos capaces de asumir la responsabilidad de sus propias decisiones políticas y económicas conformarán una clase media fundamental para la estabilidad y el buen funcionamiento de las democracias.

En lo que resta de 2019, en América Latina se llevarán a cabo cuatro elecciones presidenciales: Argentina, Bolivia, Uruguay y Guatemala. No hay mejor momento que el presente para que todos los candidatos defiendan estos principios y demuestren la legitimidad del proceso democrático.

 

(*)Economista de investigación senior en el Departamento de Investigación del Banco Interamericano de Desarrollo. Obtuvo su doctorado en Economía por la Northwestern University en 2006. Anteriormente enseñó economía en la Universidad de Maryland, y ocupó puestos de corta duración en el Kellog School of Management y el Banco Mundial.

 

 

 

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Last modified on 2019-08-02

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