Cumplió don Quijote con la naturaleza durmiendo el primer sueño, sin dar lugar al segundo; bien al revés de Sancho, que nunca tuvo segundo, porque le duraba el sueño desde la noche hasta la mañana, en que se mostraba su buena complexión y pocos cuidados. Los de don Quijote le desvelaron de manera que despertó a Sancho…
Este fragmento del Quijote pone de manifiesto que en el siglo XVII el sueño era bifásico, es decir, se dividía en dos fases separadas por un periodo de vigilia.
La primera parte ocurría entre las diez de la noche y la una de la madrugada. Luego le seguía un paréntesis de vigilia (conocido como “reloj”), con aproximadamente tres horas de duración. La segunda etapa era el sueño mañanero, que se prolongaba otras cuatro horas.
La fase de vigilia era muy útil: la gente la dedicaba a tareas ordinarias, como echar leña al fuego, tomar remedios u orinar. Para los campesinos, despertarse significaba volver al trabajo, ya fuera para vigilar a los animales de la granja o realizar tareas domésticas. También era un tiempo de oración, filosofía, socialización y sexo.
El sueño bifásico llegó a ser marginal en el núcleo urbanizado e iluminado del noroeste de Europa en el siglo XVIII, pasando a ser monofásico y con un retraso en la hora de dormir.
Thomas Alva Edison, considerado el padre de la bombilla eléctrica (inventada en 1879), opinaba que el sueño “es un vestigio de nuestro pasado cavernícola”. Quizá por ello no sorprende que el desprestigio del descanso nocturno se iniciara con el descubrimiento de la luz eléctrica, que permitió iluminar la noche. Y los adolescentes fueron, probablemente, los más perjudicados.
CAMBIOS QUE ALTERAN EL DESCANSO NOCTURNO
Durante la adolescencia, las personas vivimos un tiempo de independencia y de emergencia de nuevos papeles sociales. Todo ello provoca cambios en la conducta, y el sueño no es una excepción.
La principal modificación en la fisiología del sueño en esta etapa de la vida es un retraso en el tiempo del reloj circadiano, situado en el hipotálamo y encargado de sincronizar ritmos como el propio sueño, la temperatura corporal, la alimentación o la actividad física. Eso conduce a un retraso en la hora de conciliar el sueño.
Para colmo, también se produce más tolerancia a la presión homeostática de sueño, o sea, una mayor resistencia a la privación de este.
Como consecuencia de todo esto, la hora de ir a dormir es cada vez más tardía, mientras que la de despertarse cambia poco, ya que está determinada por el inicio de las clases. Esta circunstancia hace que el promedio del sueño en los adolescentes descienda drásticamente.
EL SUEÑO, ESCULTOR DEL CEREBRO
Y no es algo baladí, ya que el descanso nocturno contribuye a esculpir su cerebro. Sabemos que durante la adolescencia disminuye el sueño lento profundo (fase N3 de sueño no REM), debido a la reducción del volumen de la sustancia gris cerebral. Por contra, se incrementa el volumen de la sustancia blanca, es decir, las conexiones que se establecen dentro del cerebro y fuera de él.
También existe una correlación entre el cociente intelectual y la amplitud y densidad de los denominados husos de sueño (spindles), característicos del sueño lento superficial (fase N2 de sueño no REM) y que se expresan mucho más intensamente en la adolescencia que en la niñez.
No es de extrañar, pues, que el sueño insuficiente impacte en el estado de ánimo de los adolescentes, aumentando los síntomas depresivos, la ansiedad y la reactividad emocional. De hecho, el sueño se encuentra alterado en el 95 % de los trastornos psiquiátricos, como depresión, TDAH, trastorno por control de impulsos, ansiedad y trastorno bipolar.
Además, se ha visto que su privación incrementa las conductas nocivas entre los estudiantes de instituto: conducción bajo los efectos del alcohol, peleas, ideación o intento de suicidio, consumo de tabaco, alcohol y marihuana y conducta sexual arriesgada. Y por si fuera poco, favorece la obesidad.
PANTALLAS ELECTRÓNICAS: EL IMPACTO DE LA LUZ AZUL
La era digital que nos ha tocado vivir no contribuye precisamente a solucionar el problema. Tabletas, ordenadores o móviles emiten una luz azul enriquecida que bloquea la secreción de melatonina, hormona clave para inducir sueño y sincronizar los ritmos circadianos.
La Academia Americana de Pediatría recomienda que los menores se expongan a este tipo de pantallas menos de dos horas al día. Está claro que no se cumple en casi ningún país del mundo.
Los efectos nocivos de estos dispositivos en el sueño del adolescente han sido publicados ampliamente. No obstante, el retraso de fase característico de este rango de edad, con hora de dormir y de despertarse por la mañana más tardías, no parece depender de una mayor sensibilidad a la luz por la noche, sino del retardo en el tiempo de su reloj circadiano.
Es un círculo vicioso: a menor duración del sueño, mayor exposición a pantallas el día después por culpa de la fatiga creciente, que aboca a la conducta sedentaria. Y por otro lado, disminuye el tiempo de actividad física, beneficiosa para el sueño.
En conclusión, el sueño es fundamental en la maduración cerebral de los adolescentes y desempeña un papel clave para apoyar su bienestar mental y sus funciones cognitivas. Intervenciones en salud pública como retrasar una hora el inicio de las clases mejoraría su atención en el aula, provocaría menos retrasos y, en definitiva, reduciría la tasa de fracaso escolar.