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Autor: Revista Gestión *

La tormenta es la misma, pero no todos estamos en el mismo barco. La depresión y la ansiedad son problemas que no pueden ser abordados sin tener en cuenta las desigualdades y la pobreza presentes en Ecuador. Pese a la data poco actualizada, dicha relación es evidente en múltiples estudios, en especial a raíz de la pandemia mundial. La salud mental también tiene impacto en la economía de las sociedades y en el futuro de sus generaciones.

Existen diversas alteraciones en la salud mental, también conocidas como trastornos o enfermedades mentales, que impactan en los procesos afectivos y cognitivos, el estado de ánimo, el pensamiento y el comportamiento. Según la Organización Panamericana de la Salud (OPS), la depresión y la ansiedad encabezan la lista de dichas afecciones en América Latina y el Caribe. No son solo un problema creciente de salud pública, sino también un problema social y económico. 

SALUD MENTAL, UN DESAFÍO EN ECUADOR INCLUSO ANTES DE LA PANDEMIA

A través del indicador “año de vida ajustado por discapacidad” (AVAD), se puede contabilizar la carga de una enfermedad, expresada como el número de años perdidos debido a la misma. A partir de ello, con base en los datos más actualizados, Ecuador fue el décimo país con mayor número de años de vida ajustados por discapacidad cada 100.000 habitantes en periodo prepandemia, por delante de países como Argentina, Costa Rica, México, Perú o Colombia (Gráfico 1). 

Gráfico 1

AVAD por trastornos de salud mental por cada 100.000 habitantes en 2019

La demanda de servicios psicológicos es grande. Por ese motivo, un desafío que enfrenta el Ecuador es la escasez de profesionales capacitados en el campo de la psicología, lo cual limita el acceso de la población a servicios especializados y dificulta la atención oportuna de los trastornos mentales. 

La relación de psicólogos por cada 10.000 habitantes es baja en comparación con otros países de la región. Con base en las estadísticas nacionales más actuales disponibles, Pastaza y Zamora Chinchipe tuvieron la tasa más alta de psicólogos, 2,5 por cada 10.000 personas, mientras que Pichincha tuvo una tasa de 1,1 en 2019 (Gráfico 2). 

Gráfico 2

Tasa de psicólogos por cada 10.000 personas en 2019

A partir de la pandemia de covid-19, la situación se ha precarizado más, puesto que la crisis tuvo un impacto significativo más allá de los efectos directos en la salud y la propagación del virus, alcanzando la esfera de la salud mental. 

Según un informe de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), el deterioro de la salud mental se ha manifestado en un aumento significativo de la ansiedad, el estrés y la depresión. Dentro del informe “Salud Mental de las Américas” se especifican los principales factores de riesgo que han provocado el alza en trastornos mentales:

  • Desempleo
  • Inseguridad financiera
  • Duelos y pérdidas 
  • Barreras a la atención médica 
  • Abuso/trauma
  • Aislamiento

DESIGUALDAD Y POBREZA ACOMPAÑAN LOS TRANSTORNOS MENTALES

La revista Science Journal publicó un artículo científico llamado “Pobreza, depresión y ansiedad: evidencia causal y mecanismos” que determinó que la pandemia ha tenido un impacto desproporcionado en las personas de bajos recursos, lo que podría resultar en efectos adversos duraderos en su bienestar económico y mental. 

Se ha observado un aumento en la tensión y el estrés, y la preocupación constante por cuestiones económicas puede llevar a comportamientos de alto riesgo, como el abuso de sustancias, trastornos alimentarios y sedentarismo. Estos factores contribuyen al deterioro tanto de la salud mental como física de las personas.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que para 2022, la prevalencia de la depresión y la ansiedad a escala ha incrementado entre un 25 % y un 27 % a nivel global. En el caso de Ecuador, un estudio de la Universidad Israel ha confirmado que la salud mental y calidad de vida de la población ecuatoriana han sido afectadas a raíz de la pandemia. Se descubrió que la mayoría de los individuos que atravesaron esta etapa experimentaron un impacto negativo en su bienestar psicológico debido a los factores de riesgo antes mencionados. 

En especial, la inestabilidad financiera, entendida como la falta de recursos económicos suficientes para hacer frente a los gastos, tanto a aquellos que son habituales o planificados como aquellos que son inesperados, ha aumentado. Los ingresos volátiles y la incertidumbre se ven reflejados en un aumento en los índices de pobreza y desigualdad. 

En su investigación “COVID-19, la tragedia de los pobres”, Fundación Donum advierte de un retroceso significativo en términos de pobreza a 2020, comparable a una década atrás. En efecto, según el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC), la pobreza por ingresos aumentó en un 30% entre 2019 y 2020. De hecho, el primer año de pandemia, el 32,4% de la población se encontró catalogada de esa forma, un valor sumamente cercano al que se registró en 2010 (32,8%). Además, aunque el indicador ha mostrado una disminución en 2021 y 2022, su mejora no alcanza los niveles prepandemia (Gráfico 3). 

En paralelo, también se identificó un retroceso de diez años en cuanto a la desigualdad, evidenciado por un coeficiente de Gini de 0,498 en 2020, un nivel similar al registrado en 2010 (0,505). Al igual que con la pobreza por ingresos, este indicador ha mostrado mejoras para 2022, llegando a ser 0,466.  

Gráfico 3

Evolución de la pobreza por ingresos y el coeficiente de Gini

La situación puede empeorar al desagregarlo por área. Para 2022, el 17,8% de la población urbana se encontró en condición de pobreza por ingresos; en contraste con la rural, la cual llegó a 41%. Durante la pandemia, esta distorsión fue incluso mayor, puesto que el 49,2% de las personas que vivían en el área rural fueron pobres por ingresos, mientras que en el área urbana el índice llego a 25,4%.

¿LA ACTIVIDAD FÍSICA ES UNA SOLUCIÓN SIN BRECHAS?

En definitiva, acceder a servicios psicológicos se complica ante las brechas de desigualdad presentes en Ecuador. El costo del tratamiento, atención o prevención son determinantes que muestran la relación entre pobreza y la prevalencia de enfermedades mentales. No obstante, la situación empeora cuando existe una diferencia marcada en una de las soluciones más viables para hacer frente a trastornos mentales: el deporte.

La participación en actividades deportivas contribuye a mitigar emociones negativas, como la tristeza, y favorece la mejora del estado de ánimo y la estabilidad emocional, la cual se traduce en un mejor rendimiento y una mayor productividad

Si bien la pandemia de covid-19 restringió la posibilidad de realizar actividades recreativas y disfrutar del tiempo al aire libre, en Ecuador, en los últimos años ya se observaba una disminución en el número de personas que dedican más de 3,5 horas a la semana al ejercicio o al deporte en su tiempo libre, según los datos de la Encuesta Nacional Multipropósito de Hogares del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INEC). Las estadísticas más actualizadas muestran una peor situación al comparar el área rural con la urbana, pues en 2020 solo el 8,61% de la población rural realizó actividades al aire libre como deporte (más 3,5 horas x semana) (Gráfico 4).

Gráfico 4

Población que realiza ejercicio o deporte en su tiempo libre (más de 3,5 horas a la semana)

Para cerrar, sería importante actualizar las estadísticas disponibles para la población, con el fin de tener un panorama claro y tomar acción en un tema tan relevante como la salud mental.

El próximo gobierno debe proponerse cerrar las brechas en el acceso a la salud mental para promover el bienestar de las personas y construir sociedades más equitativas, es decir, igualdad de acceso al apoyo a los servicios necesarios y medicinas sin descuidar las barreras económicas, puesto que influyen en trastornos como la depresión y ansiedad, como se vio anteriormente.  

Además, según UNICEF, el futuro de niños, niñas y adolescentes, depende en gran medida de su salud mental. Cuando los niños experimentan adversidades de manera frecuente o prolongada sin recibir el apoyo adecuado, las repercusiones pueden afectar su desarrollo cognitivo, habilidades de aprendizaje y capacidad para regular sus emociones a largo plazo. De no hacerlo, se podrían presentar afectaciones a la capacidad de aprendizaje y rendimiento académico, generando un impacto económico negativo significativo, que como ya se mostró, incide en trastornos mentales que podrían transmitirse de generación en generación.  

También un estudio de Pan American Life explica que los individuos que padecen trastornos mentales, como depresión y ansiedad, enfrentan mayores gastos en atención médica y experimentan una mayor pérdida de días laborales en comparación con aquellos que no los padecen. Se estima que, a nivel mundial, la depresión y la ansiedad generan pérdidas de productividad que superan el valor de USD 1 billón al año en la economía global. Por lo tanto, se trata de una problemática que posee relación causal bidireccional, por lo que su prioridad aumenta.

(*) Elaborado por Camila Marcayata, analista económica Revista Gestión.

 

Last modified on 2023-07-26

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