En Ecuador, las mujeres dedican casi tres veces más de su tiempo a trabajos no remunerados en el campo, según el Instituto Nacional de Estadística y Censos. Un estudio realizado por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) explica que dentro de los sistemas agroalimentarios, las mujeres se enfrentan a la discriminación, peores condiciones laborales, contratos precarios y sueldos más bajos.
SE SIEMBRA DESIGUALDAD DE GÉNERO EN ECUADOR
Según el Instituto Nacional de Estadística y Censos, al cierre del 2022 se reportó que a nivel nacional el 30,5% de la población se encuentra trabajando en la actividad económica de Agricultura, ganadería y pesca, siendo el 32,3% hombres y el 28,3% mujeres. El Observatorio del Cambio Rural (Ocaru) menciona que en las zonas rurales, los hombres suelen desempeñar trabajos remunerados en el campo, como en plantaciones, camaroneras o se encargan de los cultivos destinados a la venta, como papas y maíz, siendo estos la principal fuente de ingresos monetarios.
Mientras que las mujeres, con la ayuda de la familia, cultivan legumbres, hortalizas y plantas medicinales para la alimentación y el cuidado del hogar. Además, se encargan del cuidado de cerdos, pollos y cuyes, que son alimentados por los niños y los ancianos.
En Ecuador, la distribución de las labores productivas se ha realizado de tal manera que los hombres dedican más tiempo a los trabajos remunerados, mientras que las mujeres más tiempo a aquellos que no lo son y que incluso no son visibilizados. Con base en la encuesta sobre uso del tiempo realizada por última vez en 2012, en la ruralidad los hombres dedican 9 horas de la semana a trabajos no remunerados, siendo un valor mucho menor que las 30 horas que dedican las mujeres para lo mismo (Gráfico 1).
Gráfico 1
Carga global de trabajo según sexo y área en 2012
Por su parte, la Convención sobre la Eliminación de todas las formas de Discriminación contra la Mujer (CEDAW), mostró evidencia de la precaria situación en Ecuador frente a dichas desigualdades, concluyendo que se impulsa la inseguridad alimentaria, teniendo un nivel de prevalencia del 6,6% durante el periodo 2014-2016, con más de 1 millón de personas que sufren de ingesta insuficiente de alimentos, ya sea de forma transitoria, aguda, estacional o crónica.
Abordar la desigualdad de género en los sistemas agroalimentarios y cambiar el papel de la mujer en el sector reduce el hambre, estimula la economía y refuerza la resiliencia ante crisis tales como el cambio climático y la pandemia del COVID-19, según revela un nuevo informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).
El documento La situación de las mujeres en los sistemas agroalimentarios, el primero de este tipo desde 2010, no se limita a la agricultura, sino que ofrece un panorama completo de la situación de las mujeres que trabajan en los sistemas agroalimentarios, abarcando desde la producción hasta la distribución y el consumo.
“Las mujeres se desempeñan como productoras, empresarias, vendedoras, trabajadoras y también como consumidoras. Entonces, participan en todas las dimensiones que forman parte de los sistemas agroalimentarios”, declara el director del Departamento de Transformación Rural Inclusiva e Igualdad de Género de la FAO, Benjamín Davis.
La Organización destaca que los sistemas agroalimentarios son una importante fuente de trabajo a nivel mundial: el 36% de las mujeres que trabajan están empleadas en el sector, una cifra que alcanza el 38% en el caso de los hombres.
PEORES CONDICIONES LABORALES
Ante la pregunta de por qué se habla de desigualdad en el sector, con una cifra tan pareja, el director explica que el trabajo de las mujeres está menospreciado y sus condiciones laborales tienden a ser peores que las de los hombres.
“En general, las mujeres tienen un trabajo más informal, más precario, a tiempo parcial, de escasa cualificación y es más laborioso y, finalmente, peor pagado. Otro elemento de la desigualdad es la mayor carga como cuidadoras no remuneradas y el trabajo doméstico, que a nivel mundial es tres veces más alto para las mujeres, ahí es donde está la desigualdad”, refiere el reporte.
En concreto, el informe destaca que las asalariadas en la agricultura ganan 82 céntimos por cada dólar que reciben los hombres. La razón no solo está ligada a la segregación ocupacional y la precariedad de las condiciones laborales antes mencionada, “otra razón es la discriminación a la que se enfrentan las mujeres, simplemente les pagan menos por el mismo trabajo. Y eso es muy común en muchos contextos”, añade Davis.
En el caso ecuatoriano, las desigualdades se fortalecen al analizar la participación y el ingreso mensual que reciben las mujeres en el mercado de productos agroalimentarios. Según la FAO, las minoristas femeninas reportan significativamente menores ganancias mensuales que los minoristas masculinos, con una diferencia de USD 172, en términos de paridad de poder adquisitivo (Gráfico 2). Esto se explica porque son los hombres quienes venden productos con mayor rentabilidad, como alimentos procesados industrialmente y bebidas, mientras que las mujeres se centran en productos como frutas y hortalizas.
Gráfico 2
Ingreso mensual por ventas de productos agroalimentarios en 2021 (en paridad de poder adquisitivo en USD)
Las mujeres también tienen menos acceso a la posesión de la tierra, al crédito, a la formación y a las nuevas tecnologías. Junto con la discriminación, estas desigualdades dan lugar a una brecha de género del 24% en la productividad entre mujeres y hombres agricultores para explotaciones de igual tamaño.
BENEFICIOS SOCIOECONÓMICOS
Davis explica que abordar las desigualdades de género en los sistemas agroalimentarios tendría muchas consecuencias en la vida cotidiana de las familias y las comunidades, y que las mujeres tendrían un papel protagonista dentro de la vida colectiva.
“También hicimos un cálculo en términos económicos de que, si se cerrara la brecha de género de la en la productividad agrícola y si se suprimiera la diferencia salarial existente en los sistemas agroalimentarios, el producto interior bruto mundial aumentaría en un 1%, es decir, un billón de dólares. Y con ello, la inseguridad alimentaria mundial se reduciría alrededor de 2 puntos porcentuales y el número de personas con inseguridad alimentaria se reduciría en 45 millones, y eso solamente un cálculo conservador, en el sentido de que no se calcula su impacto a largo plazo”, añade el director.
A su vez, los beneficios de los proyectos que empoderan a las mujeres son mayores que los de los que se limitan a tener en cuenta las cuestiones de género. Los autores del informe explican que si la mitad de los pequeños productores contaran con medidas centradas en el empoderamiento de las mujeres, se produciría un aumento significativo de los ingresos de otros 58 millones de personas y de la resiliencia de otros 235 millones.
CRISIS ECONÓMICAS Y CAMBIO CLIMÁTICO
En el documento también se señala que cuando las economías se contraen los puestos de trabajo de las mujeres son los primeros en desaparecer. A escala mundial, el 22% de las mujeres de los segmentos de los sistemas agroalimentarios que se desarrollan fuera de la explotación agrícola perdieron su empleo en el primer año de la pandemia de la COVID-19, frente al 2% de los hombres.
Durante la pandemia aumentó también más rápidamente la inseguridad alimentaria de las mujeres, que además tuvieron que asumir más responsabilidades de cuidado, lo que supuso que las niñas faltaran más a clase que los niños.
Igualmente, el informe indica que las mujeres son más vulnerables a las perturbaciones climáticas y los desastres naturales, debido a que “tienen recursos y activos más limitados que reducen su capacidad de adaptación y resiliencia”.
SITUACIÓN EN AMÉRICA LATINA
En cuanto a la situación de América Latina, Davis destaca que la brecha de género es más importante en el proceso de transformación de la producción agrícola en productos de consumo debido al nivel de desarrollo de la región y al número de empleos en los sectores secundario y terciario:
“En el continente latinoamericano, la situación es bastante parecida diría al escenario que he descrito en términos a globales, en el sentido de que hay mucha desigualdad en las condiciones de empleo para las mujeres en América Latina, de nuevo en términos de la informalidad y la naturaleza precaria, y siendo menos pero pagado. La diferencia sería que en los países en América Latina la agricultura juega un papel menor en las economías, entonces hay menos mujeres, en términos porcentuales, que están trabajando en el sector agropecuario”.
Sin embargo, el director ha denunciado la situación de la población indígena en el continente, y en concreto de las mujeres indígenas, quienes “sufren una doble discriminación, por ser indígenas y por ser mujeres. Y esto tiene implicaciones muy importantes para la vida de ellas y de sus familias”.
RECOMENDACIONES
El informe concluye que, aunque en la última década los marcos políticos nacionales han pasado a tener más en cuenta las cuestiones de género, la desigualdad de género en los sistemas agroalimentarios persiste, en parte porque las políticas, las instituciones y las normas sociales discriminatorias siguen limitando la igualdad de oportunidades y de derechos a los recursos.
Para acabar con la desigualdad de género, hace falta subsanar las carencias relacionadas con el acceso a activos, tecnología y recursos. En el estudio se pone de manifiesto que las intervenciones para mejorar la productividad de las mujeres consiguen buenos resultados cuando abordan las cargas de los cuidados y el trabajo doméstico no remunerados, proporcionan educación y formación, y facilitan la posesión de la tierra.
En este sentido, Davis destaca la importancia de adoptar políticas enfocadas en cambiar las normas sociales que tienden a restringir la posibilidad de las mujeres de trabajar en el mercado laboral. “También es muy importante mejorar los derechos de las mujeres a la propiedad y la tenencia segura de tierras agrícolas, que influye muy positivamente sobre el empoderamiento, la inversión, la gestión de los recursos naturales y el acceso a servicios e instituciones y también ayuda en términos de aumentar su poder de negociación”.
El director hizo referencia a cómo el acceso a guarderías también tiene un notable efecto positivo en el empleo de las madres, mientras que los programas de protección social han demostrado aumentar el empleo y la resiliencia de las mujeres.
“Y por último, es muy importante un esfuerzo mayor para tener información estadística desagregada por género para poder medir el empoderamiento en sus múltiples dimensiones y mejorar el diseño y la eficacia de los programas y las políticas en materia de igualdad de género y empoderamiento”, añadió Davis.
VOLUNTAD POLÍTICA
En un último mensaje, declara que para cerrar la brecha de género hace falta voluntad política. “Sería importante pasar de las palabras a los hechos. Ha habido un aumento de la mención de la inclusión, de la cuestión de género en muchas políticas, muchos documentos, etcétera. Pero relativamente hay pocos programas y políticas específicas dirigidas a atender esas desigualdades”.
El informe concluye que la reducción de las desigualdades de género en los medios de vida, la mejora del acceso a los recursos y el fomento de la resiliencia constituyen una vía fundamental hacia la igualdad de género, el empoderamiento de las mujeres y unos sistemas agroalimentarios más justos y sostenibles.
“Si abordamos las desigualdades de género en los sistemas agroalimentarios y empoderamos a las mujeres, el mundo dará un salto adelante en la consecución de los objetivos de poner fin a la pobreza y crear un mundo sin hambre”, afirma el director general de la FAO, QU Dongyu, en el documento.
“Las mujeres siempre han trabajado en los sistemas agroalimentarios. Es hora de que hagamos que los sistemas agroalimentarios funcionen para las mujeres”, declaró.
(*) Elaborado por Camila Marcayata, analista económica Revista Gestión.
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Last modified on 2023-05-19