Posiblemente hayan escuchado decir que cuando nadamos en el mar, cuerpo y mente retornan a su estado más primigenio. Que nos sentimos fenomenal porque es como si retrocediéramos al útero materno o nos trasladásemos a etapas evolutivas muy ancestrales, a la de nuestros remotos antecesores peces.
Pues bien, todo esto no son más que las versiones embrionaria y evolutiva, respectivamente, de… ¡un enorme mito carente por completo de fundamento científico!
Y ojo, porque el bienestar va más allá del simple placer. Mientras que el placer sería el disfrute de algo relacionado con el éxtasis o la euforia puntual (es decir, es una sensación inmediata), el bienestar es algo más profundo, es un estado de agrado más “consolidado”, armonioso y sosegado y que trasciende lo puramente sensorial. Y se debe a que, mientras el placer se relaciona más con lo experimentado, el bienestar implica aspectos más plurales como la salud, la virtud, el conocimiento o la satisfacción de los deseos.
Pero ¿por qué?
Desde el punto de vista de la neurofisiología, se ha demostrado que la inmersión vertical en el agua genera efectos positivos de lo más interesantes. Para empezar, aumenta la velocidad de flujo de sangre que discurre por las arterias cerebrales medias y posteriores. Además, si la inmersión va acompañada de ejercicio de baja intensidad (como caminar en el agua), se consigue la misma velocidad del flujo sanguíneo cerebral que corriendo moderadamente fuera del agua. Menos esfuerzo para los mismos beneficios. Un chollo que justifica la buena prensa del aquagym.
Last modified on 2024-07-30