Las advertencias económicas sugieren que la crisis por el coronavirus puede extenderse hasta por más de medio año y las farmacéuticas han señalado que una vacuna efectiva estará disponible en 12 o 18 meses. Todo aquello acarreará de por sí severos efectos en las finanzas mundiales, nacionales y, claro, en la familiar, pero especialmente entre los más vulnerables. En un país donde el pleno empleo alcanza a apenas 38,8% de la población, es altamente preocupante lo que ocurrirá si es que la necesidad de aislamiento se recrudece.
Las empresas claro que vivirán un ambiente complejo, aunque el Gobierno se ha comprometido a extender programas que los ayuden a levantarse; sin embargo, las afectaciones serán más profundas para las clases vulnerables, impactadas no solo en su economía sino en su estructura social y mental. No es lo mismo vivir una cuarentena con tres comidas al día, Wifi y Netflix que hacerlo sin ninguna de las anteriores.
Si bien todos estamos viviendo el día a día y organizando la vida en función de lo que ocurre, quienes contaban con ingresos de menos de $ 3 o $ 1,5 diarios (y ahora quizás con ninguno) la tienen mucho más difícil, y en ese panorama se encuentran casi cinco millones de personas en el Ecuador.
Los últimos datos del INEC revelaron que 25% de la población es pobre a escala nacional y 8,9% es extremadamente pobre. El asunto es que esta realidad no puede ser indiferente, pues cuando la tormenta se haya calmado habrá una reorganización social que necesitará ser atendida. El impacto económico tendrá efectos drásticos en el bienestar de las familias y de las comunidades en general.
Para las familias más vulnerables, la pérdida de ingresos debido al coronavirus se puede traducir en mayor desigualdad económica, escasez de alimentos para los niños y en un reducido acceso a la atención sanitaria que puede tener impacto en el largo plazo. ¿Por qué? Porque si además estas familias empiezan a perder a sus seres queridos, perderán con ellas los ingresos de las víctimas y sus contribuciones en especie a los ingresos del hogar, como el cuidado de los niños. Es decir, lo que para todos sería una tragedia, para estas personas significará un doble castigo porque además la mayoría de ellos tiene condiciones precarias de trabajo que, si antes ya eran complejas, luego lo serán aún más o serán inexistentes.
Para una economía dolida como la ecuatoriana ya será difícil la recuperación financiera, pero las pérdidas sociales pueden ser mayores y manejar políticamente esa situación será de lo más desafiante. Que la pobreza se incremente o que el sistema de salud se deteriore aún más son escenarios complejos para cualquiera que quiera dirigir el país. Incluso para el actual Gobierno que está haciendo lo que puede.
Hoy las alertas sociales deben importar mucho más y debe imaginarse el peor de los escenarios para desde ya ir pensando cuál será el rol de cada actor social, político y económico en esta reconstrucción, pues está documentado que los problemas sociales se complejizan en situaciones como esta.
Para las autoridades nacionales todo lo que ocurre también es nuevo y aunque han actuado como han podido, incluso instintivamente, difícilmente podrán curar las heridas que dejen el aislamiento y la caída económica. Por ello es urgente que desde la academia, la empresa y la propia comunidad se empiece a pensar en lo que se hará para que una sociedad como la ecuatoriana, fragmentada por los desvíos políticos y la desigualdad, no termine de romperse.
Last modified on 2020-04-07