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Autor: Verónica Suárez Molina *

Si usted está leyendo este artículo es porque usted no es pobre. Usted la reflexiona. Ellos la viven. Una de las concepciones más peligrosas sobre la pobreza es que esta es causada por una carencia de racionalidad y una acumulación de malas decisiones. Es decir, que las personas pobres tienen esta condición por su falta de criterio. La verdad está alejada de este precepto.

Las personas pobres, así como cualquier otra, no son ni más ni menos racionales, sino que -como todos- son susceptibles a distorsiones y sesgos. Sin embargo, la razón por la que se mantienen en el umbral de la pobreza es por su proximidad a la línea de subsistencia que limita el rango de opciones al que se someten.

Según Banerjee y Duflo (2006)[1] las personas pobres no se quejan de la vida en general, pero se sienten pobres y reportan altos niveles de estrés tanto financiero y psicológico. Un 12% reportó en el estudio realizado que en el último año durante el período de un mes o más estaban tan “preocupados, tensos o ansiosos” que interfirió en actividades normales como dormir, trabajar y comer.

Si el ahorro crecería tan solo un poco, esta sería una manera barata de reducir el estrés. Sin embargo, ¿es posible para estas personas ahorrar?

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FACILITAR EL AHORRO PARA LOS MÁS POBRES

Según Capital Seed Intelligence Unit[2], vivir cerca del nivel de subsistencia significa que el margen de error es muy pequeño y equivocarse puede resultar en saltarse comidas, hijos faltando a la escuela o vender activos productivos. Cuando existe una pequeña distancia entre vivir con lo que se tiene y la inanición, hay una tendencia justificable de ser sesgado-al-presente y encontrar buenos usos para el dinero en lugar de ahorrar. En teoría económica esto se conoce como preferencias inter-temporales sesgadas al consumo presente versus futuro.

Es decir, para este segmento de la población el objetivo primordial diario es la gestión del efectivo y no la acumulación de la riqueza. Sin embargo, existe gran cantidad de evidencia empírica que indica que, cuando existen flujos de ingresos[3], los hogares pobres ahorrarían si tendrían acceso a productos financieros bien diseñados.

Algunas opciones de inclusión financiera y diseño de productos han sido probadas como eficaces en varios contextos, entre las que se encuentran las evidencias señaladas por Innovations for Poverty Action IPA (2017)[4] para expandir la inclusión financiera.

Una iniciativa son los “dispositivos de compromiso de ahorro” que son acuerdos vinculantes voluntarios que las personas realizan para alcanzar objetivos específicos que de otra manera serían difíciles de alcanzar.

Cuando son construidos en los productos de ahorro, estos pueden resolver obstáculos sociales y de comportamiento al proveer mecanismos que fuercen a las personas a ahorrar de acuerdo a los planes autoimpuestos. Estos dispositivos incluyen características como penalidades financieras por no cumplimiento, etiquetar ahorros para propósitos específicos o realizar compromisos públicos.  

Para aplicar estas estrategias, sin embargo, debe existir acceso al sistema financiero, por ejemplo, a través de una cuenta de ahorros o una alternativa equivalente, factor que aún no es una realidad para la mayoría de personas con escasos recursos. La gran cantidad de trabas y garantías exigidas son superiores a las que personas debajo del umbral de la pobreza pueden tolerar.

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Es importante considerar que ciertas personas pobres tendrían posibilidad de ahorrar más si dejaran de gastar su dinero en productos como tabaco, alcohol o televisiones; pero es más difícil resistir a estas tentaciones cuando estos productos son considerados por el resto de la sociedad como garantizados; a pesar del que 44% de las familias pobres entrevistadas por Banerjee y Duflo quisieran no consumirlos (tabaco y alcohol). 

EL PESO DE LOS INGRESOS Y DEL DESEMPLEO

Sin embargo, si no se tiene ingreso suficiente, a pesar de todas las opciones de ahorro que existan, esta no es una opción viable, por lo que existen otros mecanismos como el acceso al microcrédito y opciones de pago flexibles y adaptadas a su contexto.

Los hacedores de política y creadores de productos y servicios tienen la responsabilidad de entender la realidad implícita de las personas en condición de pobreza y crear bajo esta base iniciativas que respondan a aliviar esta condición. Del mismo modo se debe incluir a personas que han experimentado vivir en pobreza en el proceso de toma de decisiones que afecta sus vidas.

Otra concepción existente es que la carencia de empleo acarrea una consecuente falta de esfuerzo de las personas de escasos recursos y este es un desencadenante de su pobreza. En el estudio realizado por Banerjee (2006) a 27 comunidades seleccionadas aleatoriamente, la familia promedio tiene tres individuos trabajando y siete ocupaciones, es decir, cada miembro productivo desempeña varias actividades laborales.

El problema radica en que estas ocupaciones tienen ciertas características, como una remuneración inadecuada, requerimientos de migrar por periodos de tiempo, y una falta de especialización, ya que son actividades sencillas que no requieren niveles de aprendizaje complejos y por tanto están asociadas a menores retornos.

Pero sin el tiempo o los recursos económicos para especializarse,  la alternativa es continuar en actividades que requieran poca especialización. Y si es que se tienen pocas habilidades y poco capital, la opción de ser auto-empleado es más fácil que encontrar un trabajo.

Existen circunstancias en las que las malas decisiones financieras de un hogar han contribuido a su estancamiento y quizá llegar de manera temporal al umbral de la pobreza; pero a un nivel generalizado y estructural, existen mecanismos para que esas malas decisiones sean reversibles.

LOS LÍMITES QUE IMPONE LA POBREZA

pob¿Cuántas veces el tener acceso a un crédito ha permitido a una familia de nivel medio no caer en un círculo interminable de venta de sus activos?

En condiciones de pobreza, sin embargo, no existe la opción. Tal y como establecen Azevedo y Moraes (2002)[5], si actuar con autonomía es actuar en libertad, la pregunta principal es evaluar cuánta libertad permite tener a un individuo el vivir con menos de $ 2 al día[6].

Un claro ejemplo es la salud, en donde el concepto de enfermedad difiere entre personas con dinero y sin él. Para estas últimas, una simple fiebre, resfrío o hasta dolores reumáticos no son consideradas como enfermedades. La decisión de buscar asistencia médica encuentra barreras desde tener suficiente dinero para el transporte a la oficina del doctor y para comprar las medicinas recetadas.

El pobre no toma la decisión de no atenderse porque es irracional, la toma porque de hacerlo implicaría comer menos, sacar a sus hijos de la escuela, no pagar el arriendo o quedarse sin el capital necesario para comprar y revender productos en la calle.

La pobreza quita dignidad a la persona, arranca la posibilidad de crear, imaginar, ser libre y soñar. Las malas decisiones no son las causantes de la pobreza, es la pobreza la causante de las malas decisiones.

 

 


[1] Abhijit V. Banerjee y Esther Duflo (2006) The Economic Lives of the Poor. Massachusetts Institute of Technology (MIT) Cambridge.
[2] Capital Seed Intelligence Unit (2012) Poor Not Dumb: A primer on behavioral economics in developing countries.
[3] Es decir, cuando existen ingresos en el hogar, no necesariamente altos ni constantes en el tiempo.
[4] Innovations for Poverty Action, IPA, (2017) Nudges for financial health – Global evidence for improved product design.
[5] Eliane S. Azevedo, PhD y Eneida de Moraes M.D (2002) Decisions in circumstances of poverty. Eubios Journal of Asian and International Bioethics.
[6] Considerando que el Banco Mundial considera una línea de pobreza de $1,90 diarios (PPA 2011).
 
*Economista
@alternaEC
vsuarez@alternaec.com
 
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Last modified on 2017-11-16

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