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Autor: Katherine Cárdenas *

Hace pocas semanas, GESTIÓN publicó un tema que analizaba por qué iguales productos costaban más a las mujeres que a los hombres. El denominado “impuesto rosa” existe y se crea en el mercado a partir de sutiles diferencias, a pesar de que está invisibilizado. La docente e investigadora Diana Morán explica a detalle las implicaciones de este impuesto y cómo Ecuador aún está a la cola de regularlo.

¿Qué es el impuesto rosa y cómo afecta a las mujeres?

El impuesto rosa se ha denominado así, pero no se considera un impuesto formal como lo es el IVA, el Impuesto a la Renta, el ICE. El impuesto rosa o tasa rosa es un sobreprecio que se ha observado en el caso de los productos destinados al consumo femenino. Por ejemplo, tienes la misma mochila destinada al público masculino, que tiene algún tipo de accesorio que hace referencia a que va para los hombres, y la misma mochila también con un accesorio que te permite identificar que es para la consumidora femenina, y a partir de estas diferencias que generalmente son muy sutiles – dadas por el color nada más, la mochila azul y la mochila rosa- aparece el impuesto rosa que es esa diferencia que vas a observar entre el precio de la mochila para hombres y el precio de la mochila para mujeres. En este sentido es una sobrecarga, por eso es que se denomina impuesto rosa.

Últimamente se ha oído hablar del impuesto rosa en otros países, sobre todo de Europa y en América Latina de Argentina y Colombia, ¿pero por qué esto es de desconocido para el público en Ecuador?

Considero que no es casual que se empiece a investigar este fenómeno en los países desarrollados, como tú dices, en Europa, en Inglaterra, en Francia, en España, en Portugal. No es una casualidad. Dado que estos países ya tienen un nivel de desarrollo distinto al nuestro, pues nosotros estamos en la categoría de países en vías de desarrollo, los problemas de la desigualdad y asimetrías de género allá son distintos a los que nosotros observamos acá. Entonces, hay una suerte de transformación de los consumidores, en este caso de los europeos, que van observando esto que aquí para nosotros pasa totalmente desapercibido. Lo mismo pasa con Argentina, tampoco es casualidad que se empiece a estudiar este fenómeno en Argentina y no por ejemplo, en Ecuador o en Bolivia, pero es a partir de esas experiencias que se observan en otros países que se puede incurrir en una discusión en el territorio nacional.

¿En la investigación que realizaste sobre el impuesto rosa tuviste influencias de estos países?

La idea de la investigación nació de una discusión que tuve en clase con unos estudiantes en un debate. Yo había leído previamente sobre esta problemática, de una consultora en España que había analizado esta diferencia de precios entre la versión femenina del producto y la masculina del mismo productos. Entonces, me saltó la duda sobre qué pasaba aquí porque nunca lo había considerado. Yo soy consumidora pero nunca había caído en cuenta de esa comparación. A partir de ese primer acercamiento, en la siguiente oportunidad en la que fui al supermercado me detuve a hacer la comparación.

Yo siempre compro la versión femenina por default, pero agarré la versión masculina de unos desodorantes y vi que en el caso del producto femenino la diferencia era de más de $ 0,20, que puede sonar a una diferencia muy pequeña o marginal, pero si lo piensas en términos agregados no solo del consumo a lo largo del tiempo, sino del consumo de todas las mujeres, esto ya representa una utilidad extra para las compañías. Con la referencia de este estudio lo discutimos en clase y a todos se nos empezó a prender el foco y las chicas y los chicos empezaron a hacer sus propias observaciones en el mercado y me decían: “Sí es verdad, nos detuvimos a comparar los productos y vimos que hay diferencias”. Estas diferencias, para un consumidor con ingresos promedios no son muy grandes. Puedes encontrar diferencias desde $ 0,01, $ 0,02 hasta diferencias de $ 5. Suena a muy poco, pero repito que si lo pensamos en términos agregados estas diferencias son significativas.

También hay productos de hombres que tienen precios superiores que los productos para mujeres. ¿Se sabe si hay algún tipo específico de productos en los que pase?

Nosotras también observamos eso. La investigación la realizamos hace aproximadamente un año o año y medio e hicimos una actualización hace unos tres o cuatro meses. Vimos que se repetía el mismo patrón, en ciertas categorías el precio de  los productos femeninos era mayor y también vimos que en otras categorías le precios de los productos masculinos era mayor. Por ejemplo, en el caso del calzado los hombres pagaban un precio más alto, pero yo haría una apreciación porque no podemos comparar los tacones porque no tienen una contraparte masculina. Al comparar zapatos deportivos, que esos sí se usan tanto por hombres como por mujeres, sí veíamos que el precio de los productos masculinos es más alto, pero señalo que no podíamos incluir los tacones en la comparación.

Si incluíamos tacones en la comparación esta diferencia perjudicaría a las mujeres. También observamos que esta diferencia perjudicaba  a los hombres en el caso de los juguetes y sobre todo las figuras de acción que son tremendamente masculinizadas. Tú no encuentras figuras de acción de mujeres. Últimamente encuentras a la Mujer Maravilla, pero aun así en el precio de las figuras de acción era más elevado porque no encuentras un referente masculino. Por ejemplo, si tú buscabas un peluche de Mickey Mouse y Minnie Mouse que son exactamente el mismo juguete, Mickey Mouse tiene un precio muchísimo más alto. Nos preguntábamos a qué se deberá y es porque tiene el protagonismo de todo lo que representa a la caricatura de Disney.

¿Qué productos se trataron en la investigación?

La investigación la realizamos en dos tiempos. Hace aproximadamente un año y medio y hace unos seis meses realizamos la segunda parte de esta investigación. Entonces nos guiamos con el estudio que se realizó en Nueva York en 2015, que levantó el Departamento de Asuntos del Consumidor y ellos incluyeron los productos en cinco categorías: cuidado personal, ropa, accesorios de adultos, accesorios para niños, juguetes y productos tecnológicos. Nosotros nos guiamos con la misma metodología y dentro de cada categoría tenemos subcategorías, pero en la primera investigación tenemos una base de 600 productos.

En cuidado personal comparamos 100 productos, en ropa y accesorios para adultos 140 y etcétera. Lo que es muy importante es que nosotros comparamos todos los productos en pares. Si teníamos la versión masculina teníamos que incluir la versión femenina, es decir, no incluimos productos que son de uso exclusivo para las mujeres, como el ejemplo de los tacones, vestidos y carteras, que si nos ponemos a pensar es un consumo adicional que realizamos. Pero como no podíamos compararlo no lo incluimos.

Tras las investigaciones realizadas en Colombia se logró que a finales de 2018 se elimine el IVA a productos como toallas femeninas o tampones, ¿crees que algo así se pueda lograr en Ecuador?

Sí. Fíjate que en Colombia y en Argentina se debatió esa cuestión respecto a la tasación porque los productos de higiene femenina sí llevan impuestos, al igual que en Ecuador que están gravados con IVA. ¿Qué es lo que ocurre? Que ese debate empieza en redes sociales y de alguna manera te hace reflexionar, como consumidora mujer, sobre que estos productos no tienen sustituto. Entonces te das cuenta de que estos son productos básicos, elementales para el desarrollo como mujer y no puedes prescindir de ellos. No puedes decir este mes no voy a usar toallas sanitarias, es imposible. A partir de esa concientización y de establecer prioridades te das cuenta de que el consumo de productos higiénicos es fundamental. Es como el consumo de alimentos, es básico. Cómo es posible que un productos básico grave IVA.

Es entonces cuando el debate se empieza a discutir en redes sociales y se empieza a incluir en los consejos cantonales o municipales. Se empieza a incluir este debate y va escalando de una discusión en redes sociales a la academia, a las ONG, a los sectores del Gobierno y llega a los parlamentos, a las asambleas, y llega a haber presión para que se pueda eliminar. En el caso de Ecuador, estos productos gravan IVA, es decir, no son considerados productos básicos. Además, de que tienes que incurrir en el consumo de estos productos tienes que pagar un adicional, como si fuese un consumo suntuario, que acá en el Ecuador todos los productos como alimentos y medicina no gravan IVA porque son considerados productos de necesidades urgentes, básicos. Pero los productos de higiene femenina que son básicos para nosotras, no son considerados como básicos por el público en general, entonces gravan IVA. Sin embargo, la discusión en Ecuador no ha alcanzado esos niveles para que trascienda. El hecho es que se discuta para que pueda trascender y pueda generar algún tipo de presión a los tomadores de decisiones.

Teniendo en cuenta que el precio final de estos productos lo marcan los supermercados o tiendas, ¿qué papel juegan aquí las empresas?

Desde un punto de vista teórico, en el caso de los marketeros, del marketing como tal, dicen que esta diferenciación se realiza para captar segmentos de consumidores. Entonces dicen: “yo diferencio mi producto, le agrego algo adicional, una mariposita, un poco de brillo, etcétera, y ya está diferenciado”. La idea de ellos es que esté segmentado y atender de alguna forma los gustos y preferencias. En algún momento yo discutí esto con algunos colegas economistas y me dijeron que eso más bien es una cuestión de gustos y yo pregunto a qué responden esos gustos. Por qué te decantas por una mochila rosa y por una mochila azul. De alguna forma les transmitimos un género a los objetos materiales, porque al momento de ir a comprar tú dices una mochila para niño o para niña y la mochila no tiene género, el niño y la niña tienen género, la mochila no. Es un objeto inanimado que no tiene género, pero nosotros le atribuimos uno y ahí se empiezan a observar estas diferencias.

Para la empresa, diferenciar el producto es una cuestión únicamente de segmentación del mercado, de marketing, de atender las necesidades y gustos específicos de un segmento de la población. Entonces, en teoría no están cometiendo ningún tipo de delitos porque es un producto diferenciado. En el caso de las empresas es obvio que esta diferenciación de productos les genera más ganancias y en función de cuánto puedan diferenciar el producto la diferencia en el precio también se va a ampliar.

¿Desde la economía se ha abordado por qué existen estas diferencias y por qué las mujeres están dispuestas a pagar más en tratamientos de belleza o de peluquería?

En ese tipo de consumo que está fundamentalmente dirigido a las mujeres, la economía tradicional tiene una explicación muy simple y muy sencilla, que es que esto se debe a gustos y preferencias. ¿Por qué la mujer para mucho por un tratamiento facial, aunque existe también un tratamiento facial para el hombre? Se dice que está disposición mayor a pagar refleja los patrones de gustos y preferencias de las mujeres. Pero la economía feminista cuestiona la construcción de esos gustos y preferencias. ¿En realidad tú estás haciendo una elección individual o es una elección influenciada por tu entorno social, por tu entorno cultural, por la historia? La economía feminista pone un foco a la explicación simplista de señalar que las mujeres gastamos más o tenemos una disposición mayor a pagar por el hecho de que nuestros gustos y preferencias nos hacen tomar esas decisiones. Esa explicación es muy simple, el trasfondo de los gustos y preferencias es lo que trata de desentrañar la economía feminista.  Por ejemplo, por qué las mujeres usamos el cabello largo, tú tienes el cabello largo y también, pero a qué se debe si en términos biológicos el cabello le crece tanto a un hombre como a una mujer.

En las poblaciones indígenas, en las poblaciones de la Amazonía, hombres y mujeres comparten el cabello largo, así que es una cuestión de biología y a todos nos crece. Pero, en la población occidentalizada vemos a hombres con cabello corto y mujeres con cabello largo y dicen que es una cuestión de gustos, que a las mujeres nos gusta pero ¿por qué? Aquí en Guayaquil es una tortura traer el cabello largo, pero por qué lo traemos. Más allá de esa cuestión de gustos y preferencias, la idea es empezar a cuestionarnos y a reflexionar sobre esto, sobre todo si esos gustos y preferencias individuales tienen un impacto en nuestra economía, porque pagar $ 0,05, $ 0, 20, $ 0,30 más, implicada para nosotras una cierta pérdida de ingresos. Además, teniendo en cuenta que las mujeres en Ecuador somos una población mayoritaria, sí hay un afectación invisible que no observamos, pero existe. Es decir, tiene un impacto económico.

¿Ya se está estudiando la economía feminista en las universidades del país?

Aquí en Ecuador existen posgrados en estudios de género, en estudios feministas, y están la Flacso, la Andina, que tienen maestrías y doctorados en estudios feministas y de género, pero a nivel de pregrado, puntualmente de la licenciatura en Economía, la economía feminista apenas está empezando a incluirse en los currículums y planes académicos de las universidades. Aquí en nuestra universidad, en la carrera de Economía se imparte pero de forma muy marginal y pequeña. Hay un pequeño acercamiento a la economía feminista como parte de las nuevas formas de observar a la economía, pero es mínimo. Incluso al estar formalizado dentro del syllabus de estudio muchos profesores no lo abordan porque lo observan de una forma irrelevante. Dicen: “¿Para qué una economía feminista?”, pero tiene un sentido porque la economía feminista es un problema que nos afecta a las mujeres y si nosotras mismas no tenemos conciencia de ello, qué podemos esperar de un hombre si es un problema que no le afecta. En mi caso yo sí lo introduzco en mi plan de estudios, siempre le doy esta mirada desde la perspectiva de la economía feminista. La idea es ir transformando desde la academia e ir ampliando la discusión, que lamentablemente a nivel de pregrado es casi inexistente en la carrera de Economía.

¿Consideras que en Ecuador hace falta más manejo en redes sociales para dar a conocer este problema?

Sí. En la actualidad las discusiones en redes sociales, ya sea Twitter o Facebook, son masivas y rebasan cualquier frontera. En el caso argentino se logra esa discusión en el Parlamento del IVA sobre toallas sanitarias y tampones, a través de una campaña en Twitter. En el caso de Ecuador no existe un pronunciamiento fuerte y formal sobre el tema. Eso responde a algunas circunstancias particulares del país, por así decirlo, tenemos problemas muchísimo más graves y esto queda relegado a un tercer o cuarto plano, pero aun así, si podemos ir cambiando de alguna forma estas asimetrías, por supuesto que deberíamos hacerlo. Pero tú observas y la discusión no llega, no rebasa. Hace falta empoderarnos sobre esta discusión en las redes sociales.

Nosotras planteamos esto como un problema de investigación y fue ascendiendo internamente. Ahora tenemos un pequeño equipo de docentes y estudiantes de pregrado que están abordando temas de la economía de género y de la economía feminista. Ahora mismo tengo un par de tesistas que están desarrollando temas sobre esto y a partir de esta investigación que nosotras realizamos está por salir en el siguiente año en un libro, como parte de una serie de estudios sobre economía de género en el país. Entonces, al menos en la academia se está abriendo y nosotras continuamos ampliando y profundizando esta investigación. También la estamos mejorando. En la segunda etapa ampliamos la base de productos que analizamos y actualizamos la misma base y vimos que los resultados de las diferencias de precios van entre 1% y 10%, en el caso de productos de aseo personal, y se siguen repitiendo estas diferencias comparando estos productos un año después.

(*) Diana Morán es economista y profesora de la Facultas de Economía de la Universidad de Guayaquil
(**) Comunicadora social.

 

 

 

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Last modified on 2020-01-07

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