José Sáenz Crespo es especialista en diseño de estrategias y programas de desarrollo de liderazgo, cultura organizacional y gestión del cambio. En este diálogo con Revista Gestión, Sáenz habla sobre la cultura organizacional postpandemia. En su opinión, las habilidades más demandadas a futuro serán las habilidades blandas, las netamente humanas, como la comunicación y la capacidad de entablar relaciones cordiales con otros. Por eso, las organizaciones deben trabajar en humanizarse.
¿Cómo se gestionan los cambios acelerados que la pandemia trajo al mundo?
Los seres humanos nos hemos organizado para sobrevivir, para protegernos, para crear y para rezar desde siempre. Entonces, la mejor manera de gestionar el cambio es a través de las organizaciones. Las organizaciones son un medio para la interacción y la colaboración humana y cumplen un rol mediador en la sociedad. Se llaman organizaciones precisamente porque están organizadas, tienen una estructura, un modo de funcionar, con normas y con objetivos que varían poco en el tiempo.
¿Y las organizaciones están preparadas para gestionar estos cambios?
La mayoría de los modelos organizacionales que existen, se originaron en la revolución industrial. Estos modelos han sobrevivido muchas crisis y cambios paulatinos a lo largo de 300 años. El mundo en el siglo XXI está hiperconectado y la información y el conocimiento se comparten prácticamente en tiempo real. La pandemia solo aceleró esto. Por eso, es necesario repensar los modelos organizativos para que sean más ágiles y menos rígidos ante los cambios que vendrán con mayor frecuencia.
¿Cuál sería el camino para hacer este rediseño?
El análisis organizacional como disciplina ofrece herramientas muy útiles para diagnosticar cómo funcionan las organizaciones. El diagnóstico es un primer paso necesario para toda transformación. Por ejemplo, en los últimos dos años se ha escrito mucho sobre el futuro del trabajo, los cambios en la manera en que trabajamos, el lugar en donde trabajamos y en los tipos de trabajos que tenemos. Creo que un paso previo, y sobre el cual no se ha investigado tanto, es entender si las organizaciones en torno de las cuales se ordena el trabajo, están listas para transformarse o no, y cómo deberían adecuarse a los tiempos que vivimos.
En un país con altos niveles de informalidad laboral y desigualdad económica y social, ¿se puede hablar del futuro del trabajo cuando todavía tenemos muchas deudas históricas sin resolver?
Hablar del futuro del trabajo en el Ecuador es relevante, precisamente por nuestra realidad. La informalidad laboral, la pobreza estructural y bajos niveles de escolaridad son realidades que condicionan nuestro presente, y que van a condicionar nuestro futuro, no solo el del trabajo. Por eso, esta es una conversación donde deben convergir muchos actores y organizaciones. Entender qué tipo de trabajos el mundo va a demandar, permite saber qué tipo de habilidades se van a necesitar y, por ende, qué tipo de educación se debe ofrecer a las nuevas generaciones. Creo que el dilema para América Latina y el Ecuador, en particular, es cómo atender a estas demandas futuras mientras se da respuesta a las necesidades presentes.
¿Entonces quizás la conversación debería ser acerca del futuro de la educación y del trabajo?
Sí, creo que no pueden ser conversaciones separadas. Debemos pensar cómo las organizaciones del trabajo y las organizaciones educativas se adaptan. Todo indica que en el futuro las habilidades más demandadas ya no pasarán por la técnica o la mecánica, sino por lo que se ha llamado habilidades blandas. Estas habilidades, netamente humanas como la comunicación, la capacidad de entablar relaciones cordiales con otros, el saber escuchar o liderar un equipo, requieren de una formación humanista, filosófica y, creo yo, teológica para su desarrollo. Entonces, los sistemas educativos deben procurar formar aquello que es puramente humano: el carácter, la capacidad de liderar y de comunicarnos de manera efectiva, de empatizar, de desarrollar el pensamiento crítico y creativo.
¿Y qué pasará con la educación técnica? ¿Un mundo más tecnológico y de trabajos más tecnificados va a seguir necesitando de ingenieros?
La educación técnica no puede desaparecer, pero quizás va a ser necesaria una mayor especialización en cierto sentido. La automatización y la inteligencia artificial, junto con otras tecnologías, van a ir reemplazando paulatinamente las tareas monótonas y repetitivas donde hay poco que un ser humano pueda aportar. Pero la capacidad de comunicarnos, de inspirar a otros, la creatividad, difícilmente van a ser reemplazadas por una tecnología. Los trabajos del futuro van a requerir formación técnica más específica, que puede ser adquirida en menos de la mitad del tiempo que los 4 o 6 años de una carrera universitaria tradicional. Por otro lado, también vamos a necesitar millones de trabajadores artesanos y de oficios para atender trabajos que, por su escala, difícilmente van a ser remplazados por máquinas. Las organizaciones educativas también tienen que mirar esto.
¿Qué deben tener en cuenta las personas que lideran las organizaciones para poder liderar la transformación a esta realidad tan compleja sobre la que venimos hablando?
Todo líder debe tener en claro que las organizaciones son personas, seres humanos que han decidido organizarse para buscar un fin en común. También debemos señalar que estamos viviendo una transformación acelerada del modo en cómo los seres humanos nos organizamos en sociedad. Pero lo que no ha cambiado, en esencia, es el ser humano y sus motivaciones ulteriores para organizarse. Entonces, una organización que busca adaptarse y transformarse a la velocidad de los cambios actuales, debe, antes que nada, rediseñarse en torno al único elemento que la compone que es invariable en el tiempo, y es el ser humano y su naturaleza.
Las organizaciones deben humanizarse para poder adaptarse y cambiar de manera no traumática. Una organización que pone en el centro a la persona va a atender mejor sus necesidades, sus motivaciones, sus límites y también sus posibilidades. Las organizaciones deben, entonces, humanizar sus políticas y normativas, sus procesos y su modo de conducirse, es decir, su cultura.
*José Sáenz Crespo nació y creció en Quito. Estudio Ciencias Políticas en Argentina, donde vivió 13 años. En 2018 viajó a Estados Unidos para continuar sus estudios de posgrado en Administración Pública, donde reside actualmente. Ha trabajado para gobiernos locales, empresas multinacionales y organismos multilaterales de crédito, donde diseñó estrategias y programas de desarrollo de liderazgo, cultura organizacional y gestión del cambio.
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Last modified on 2022-07-19