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Autor: Jenny Proaño y otros *

Tungurahua, una provincia ubicada en el centro de la región andina de Ecuador, se ha convertido en un nuevo punto de partida de cientos de migrantes durante los últimos años.

Ambatillo, una parroquia rural tungurahuense dedicada a la agricultura, se está quedando vacía. Casas familiares lucen abandonadas y los que se han quedado, ancianos, en su mayoría, se han sumido en el dolor y la precariedad.

Los impactos psicológicos y sociales de la migración desde esta provincia ya muestran los primeros efectos en la población. Así mismo, la industria inmobiliaria, el coyoterismo y el tráfico de personas se han potenciado debido a la movilidad creciente.

En 1930, el libro de cuentos ‘Los que se van’, de los escritores ecuatorianos Demetrio Aguilera Malta, Joaquín Gallegos Lara y Enrique Gil Gilbert dio rostro a las historias de desigualdad social que vivían montuvios y cholos en la costa ecuatoriana de inicios del siglo XX.

La forma desvergonzada y el lenguaje coloquial para retratar una realidad que resultaba de la desatención estatal, la discriminación y la injusticia, causó polémica entre las clases acomodadas de la época.  

El desempleo, la violencia y la migración del campo a la ciudad empujaban a los personajes de esos relatos a dejar su tierra natal para mudarse a las grandes ciudades en busca de un trabajo. Así dejaron atrás a sus familias, su comunidad y parte de su identidad.

Nueve décadas después, la migración muestra cifras que superan cualquier proyección: según el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC), la tendencia es creciente. Solo en 2021 se registraron 2 844 788 movimientos internacionales, de los cuales 1 376 221 correspondieron a entradas internacionales y 1 468 567 a salidas de ecuatorianos y extranjeros. En 2021 se evidenció un incremento del 84,5% con respecto a 1997. El principal destino de los ecuatorianos fue Estados Unidos. 

Sin embargo, las dificultades para la obtención de visas, tanto para EE.UU. como hacia México, país que impuso de nuevo esta medida desde 2021, los destinos migratorios variaron. Primicias reportó —con cifras del Ministerio del Interior— que Nicaragua y El Salvador se convirtieron en las nuevas alternativas. Entre octubre de 2021 y agosto de 2023, 60 707 ecuatorianos viajaron a Nicaragua y solo 1 302 regresaron. En el mismo período, 19 249 ecuatorianos viajaron a El Salvador y 4 866 volvieron. En agosto de 2023 se fueron 5 482 ecuatorianos hacia El Salvador y solo volvieron 466. Gran parte de la población migrante proviene del sector rural.

De acuerdo con los resultados del último censo de población y vivienda, las zonas rurales albergan apenas a poco más de la tercera parte de la población total del país. En los 10 últimos años Ecuador presenta una disminución poblacional en el área rural debido al fenómeno migratorio, que se revela en los datos del INEC: en 96 581 hogares de un total de 5,1 millones alguno de sus miembros salió del país y no ha retornado.

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Fuente: INEC.

Contratar a coyoteros ha sido la primera opción de quienes buscan migrar creyendo que así lo lograrán más rápidamente. Sin embargo, también optan por movilizarse solos, usando las rutas de los grandes grupos de migrantes, corriendo el riesgo de abandonos, violaciones, muertes y enfermedades. 

AMBATILLO, UN PUEBLO FANTASMA  

Ambatillo, una parroquia rural de la provincia de Tungurahua, situada a 12 kilómetros al noroccidente de Ambato, se destacaba por su vasta producción de fresas y moras. Pero desde hace aproximadamente 5 años, se convirtió en “el pueblo fantasma de las casas abandonadas”. Así llaman a su pueblo los que se quedan.

Las calles lucen desoladas. Hay locales comerciales que se cuentan con los dedos de una mano y casi no hay vehículos. En una de las pocas tiendas, una mujer entrada en sus cuarentas lamenta que la pandemia se haya llevado a muchas personas del sector. “Algunos jóvenes quedaron huérfanos de padre y madre, lo que les obligó a subsistir por sí solos, pero la falta de oportunidades les hizo migrar a otras ciudades cercanas, incluso a otros países como EE.UU. o España, principalmente”, cuenta. 

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La mayoría de las casas de Ambatillo Alto son cubiertas con tablas para evitar ser víctimas de la delincuencia. Foto: Carolina Sánchez
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Casa abandonada a medio construir, en el sector alto de Ambatillo. Foto: Ana Martínez

Ya en los años 90 del siglo pasado, varios residentes de Ambatillo viajaron a EE.UU. huyendo de la crisis económica que golpeó a Ecuador luego de la crisis bancaria. Ahora son ellos mismos quienes ayudan y motivan a migrar también a sus familiares que se quedaron. Algunos les prestan dinero para contratar coyoteros, otros ofrecen hospedaje y alimentación en suelo estadounidense hasta que consigan trabajo.

En Ambatillo, las grandes parcelas donde antes se sembraba árboles frutales y verduras ahora están vacías. El suelo ya se ha secado. Los adultos mayores, en su mayoría, se quedaron en calidad de guardianes de esas tierras, con la esperanza de que algún día sus hijos, nietos o sobrinos regresen, al menos para visitarles. Parece que prefirieran ignorar cualquier recuerdo doloroso. Desconfían de todo y de todos y se resisten a hablar sobre la partida de sus descendientes.   

“Haber conocido las experiencias de la migración aquí en esta parroquia ha sido muy duro”, suelta Marco Albuja, párroco de Ambatillo. El desempleo y lo poco que ofrecen los compradores a los agricultores “no permite a la gente tener lo necesario”. Él calcula que cerca de un tercio de los habitantes dejó la localidad desde que se inició la pandemia, es decir, aproximadamente 250 personas de las 800 que habitaban la parroquia antes de 2020.

Muchos dejaron a sus hijos bajo la tutela de sus abuelos, tíos o de algún familiar que los pudiera cuidar. La ausencia de los padres y madres -cuenta el sacerdote-no solo afecta a los adultos mayores. También han aumentado los casos de deserción escolar, el alcoholismo y la drogadicción. Según cifras del Ministerio de Educación, 38 238 estudiantes no regresaron a las aulas en la Sierra ecuatoriana para el ciclo 2023-2024. Tan sólo se matricularon 1.780.368 alumnos, lo que representa la cifra más baja de los últimos seis períodos académicos.

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El párroco de Ambatillo, Marco Albuja, muestra preocupación por la creciente ola migratoria en su comunidad. Foto: Carolina Sánchez

Janeth Barrionuevo cree que la pandemia obligó a muchos vecinos de la zona alta de Ambatillo a irse. “Algunos van a sufrir allá. Claro que aquí en este país no hay mucho trabajo, pero se debería hacer algo para que la gente se quede aquí mismo”, opina y se entristece al recordar a amigos y familiares que ya no están. Aún así, confía en que pronto los volverá a ver. Mientras evoca a esas personas con quienes creció, señala la casa vacía donde vivía una de sus amigas más cercanas.

En la comunidad de Ambatillo Alto se divisan casas de dos o tres pisos, casi todas con un diseño similar: paredes de cemento, vitrales gigantes, garajes y acabados de lujo. Otras muestran en los portones de entrada el apellido familiar grabado. Pero adentro no hay nadie y a su alrededor sólo se ve suelo árido.

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Estructura de una casa abandonada en Ambatillo, perteneciente a la familia Cuji Chacha. Foto: Nicole Moposita
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La venta de grandes terrenos a precios bajos es cada vez más común en Ambatillo y en varias parroquias tungurahuenses. Foto: Andrés Paredes

Otras casas están alquiladas o prestadas a amigos o familiares. Hay también viviendas que han quedado a medio construir, sin puertas, sin paredes, sin techos ni ventanas.

Los vecinos explican que los migrantes enviaban dinero para terminar de construir las casas de familia, pero quienes se han ido son cada vez más y ya casi no tienen a quién enviar el dinero. Son pocas las personas que prefieren regresar y terminar las construcciones con sus propias manos, generalmente con ayuda de los demás miembros de la comunidad.

PASAPORTES, VISAS Y COYOTERISMO 

En Ecuador, quien desee renovar o solicitar la emisión del pasaporte ordinario por primera vez debe esperar un promedio de tres meses. Sin este documento, que lo debe entregar el Servicio de Registro Civil del Ecuador, no es posible salir del país a destinos como EE.UU.

De acuerdo con la información difundida en las carteleras de las instalaciones de la agencia del Registro Civil en Ambato, este trámite se realiza exclusivamente a través de la página web institucional. Ante las dudas sobre la obtención de turnos, los guardias de seguridad envían a los usuarios a los centros de cómputo y papelerías que funcionan en los alrededores.

A unos treinta pasos de la institución pública, en una pequeña papelería, “ayudan a sacar turnos” para pasaportes, explica uno de esos guardias. En estos locales comerciales privados, el costo para la renovación y la emisión del pasaporte es de 95 dólares, de los cuales 5 dólares representan el valor adicional por un servicio que debería cubrir la entidad estatal.

Antes de empezar con el proceso, la persona que atiende advierte al usuario interesado que los turnos para la agencia en Ambato están agotados, por lo que deben agendar el turno en otra ciudad.   

En una de las vitrinas de vidrio han pegado un pedazo de papel en el que constan las fechas y las ciudades que, según dicen, tienen turnos disponibles:

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Una vez que la persona escoge la fecha que más le conviene, paga los 95 dólares y entrega su número de cédula y otros datos. Tras unos 20 minutos de espera, el sistema genera una factura de pago y un certificado con la fecha del turno.

De acuerdo con una trabajadora de la papelería, cuya identidad es protegida, tan solo en las agencias del Registro Civil en Cuenca, Quito y Loja se entrega el pasaporte nuevo o renovado el mismo día del turno. En el resto de ciudades lo hacen durante los cinco días hábiles posteriores a la cita. La espera es larga, por lo que varias personas prefieren viajar a otras ciudades sin importar la distancia y el tiempo.

Keyla Sánchez, por ejemplo, prefirió tomar el turno en Cuenca. Como estudiante universitaria, tuvo que solicitar un permiso para ausentarse de clases el día de su cita. A ella le tomará más de ocho horas viajar de Ambato a Cuenca, pero prefiere esa molestia antes que esperar nuevas fechas de turnos en Ambato.

Por otro lado, muchas personas que tienen su pasaporte vigente enfrentan la espera de citas para tramitar la visa estadounidense.  

Melanie B., una mujer de 25 años que trabajaba como guardia en la Agencia Nacional de Tránsito (ANT), intentó sacar un turno para obtener su visa y residir legalmente en EE.UU., pero el personal de la embajada estadounidense le concedió la cita para dentro de cinco meses. A Melanie ese tiempo le pareció “eterno”. No tuvo paciencia y optó por pagar a un coyotero.

Emocionada y decidida, la mujer partió el 14 de septiembre del 2022 en un vuelo directo a Guatemala. Con ayuda del coyotero viajó hasta México, donde fue encerrada en un cuarto sin alimentación ni implementos de aseo, hasta retomar el trayecto y llegar a la frontera con EE.UU. La tortura de viajar en esas condiciones le hizo pensar incluso en entregarse a la policía migratoria mexicana.

Había gastado 23 000 dolares y había cambiado de coyotero dos veces. 

Entre enero y mayo de 2023 se registró un incremento del 70% para la solicitud de visa estadounidense en Ambato, cuenta Tatiana Ortiz, asesora de la agencia de viajes Century Travel.

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Vista panorámica de dos viviendas grandes y otra a medio construir, en el sector alto de Ambatillo. Foto: Ana Martínez.

Normalmente, las personas interesadas en migrar a EE.UU. contemplan la opción de solicitar la visa mexicana, que cuesta 51 dólares, sin embargo, para quienes buscan viajar más pronto, este proceso resulta más complejo debido a que la embajada de México habilita la recepción de solicitudes de visa cada tres meses. 

En la agencia de Tatiana Ortiz se puede tramitar tres tipos diferentes de visa estadounidense: la estudiantil, la de trabajo y la de matrimonio. La primera está dirigida a bachilleres y uno de los requisitos es tener, como mínimo, un nivel de inglés intermedio.

Para la segunda es necesario contar con un patrocinador que solicite que la persona que viajará vaya a trabajar durante un periodo determinado, con la posibilidad de obtener residencia temporal y, más adelante, la ciudadanía.

La tercera se puede obtener a través de un cónyuge con ciudadanía estadounidense. 

Carlos Muyón, asesor de la agencia de viajes Muristour, cuenta que tras la crisis que dejó la pandemia hubo una gran ola migratoria hacia México. Antes de septiembre de 2021, no se exigía visa para viajar a ese país. Los migrantes ecuatorianos únicamente compraban los boletos aéreos y un paquete asegurando que iban por turismo, pero el alto índice de viajeros que no regresaban mostró que en realidad su objetivo era cruzar a los EE.UU.. 

De acuerdo con datos del Ministerio de Relaciones Exteriores y Movilidad Humana, durante marzo de 2022 se emitieron 4.488 visas. El 75% (3.373) se entregaron en las Direcciones Zonales de esa entidad y el 25% (1.115) se otorgaron en las representaciones consulares ecuatorianas en el exterior. 

Ahora, los migrantes prefieren comprar boletos a Honduras, cuyo precio oscila entre los 1 000 y los 1 500 dólares, aproximadamente. Desde ahí caminan hasta México para intentar cruzar a EE.UU.

La mayoría de migrantes que usa estas rutas pertenece a comunidades indígenas. Muchos de ellos conocen a coyoteros que operan en Ambato y gestionan las salidas de Ecuador.

Hacia mediados de 2023, el fenómeno migratorio de las parroquias rurales de Tungurahua ha derivado en la conformación de redes de traficantes y usureros que se aprovechan de la necesidad de las familias migrantes, para apropiarse de sus viviendas o terrenos luego de que han quedado endeudados.

El diario El Universo reportó que durante el proceso electoral que llevó a Daniel Noboa a la Presidencia, en agosto, alrededor del 20 % del total de electores de las catorce juntas de Ambatillo (962 votantes), no asistieron a sufragar. La preocupación de las autoridades tiene que ver con que los escasos recursos asignados por el gobierno central a los gobiernos locales disminuirán aún más, pues se entregan por ley de acuerdo a la cantidad de habitantes de cada localidad.

LAS VOCES DE DOS GENERACIONES 

No existe consenso sobre cuántos ecuatorianos migraron a causa del feriado bancario, ocurrido a finales del siglo XX. Pero, de acuerdo con las cifras del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC), 384 000 personas salieron del Ecuador en 1999, mientras que en el 2000, se marcharon 519 974 personas. Es decir, 903 974 ciudadanos ecuatorianos se marcharon en dos años, según esa entidad pública. 

No obstante, del dato oficial a la realidad hay un vacío. Muchos migrantes salieron usando vías ilegales, por lo tanto no constan en los registros. Hay estudios que prueban que al menos 2 millones de personas dejaron Ecuador como consecuencia de la crisis. Medardo Poveda y su esposa, Paty Gamboa, forman parte de esas estadísticas. 

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Club hogar de ancianos, en Ambatillo, dedicado a la realización de actividades recreativas para personas de la tercera edad que han quedado al cuidado de los terrenos y viviendas. Foto: Ana Martínez

La pareja vivía en una pequeña casa de madera en una zona rural de Píllaro, la cuarta ciudad más importante de la provincia de Tungurahua. Recién casados, empezaron un emprendimiento inmobiliario con el que consiguieron estabilidad económica, pero cometieron un error que les costó su tranquilidad: en 1999, depositaron todo su capital en un banco y la inflación, que se elevaba aceleradamente, les devolvió un endeudamiento imposible de cubrir. Perdieron sus ahorros de un momento a otro y, al verse sin opciones, decidieron vender sus bienes inmuebles.

Un día se les presentó la oportunidad de viajar a Barcelona y quedarse por un mes, pero llevan ya más de dos décadas en esa ciudad española. El dolor de abandonar su país continúa, pero ellos creen que la nueva ola migratoria implica mayores riesgos que los que ya enfrentaron y volver no es para ellos una opción.

Erika A. es licenciada en Comunicación Social. Esta profesional ambateña viajó a Estados Unidos en 2021 escapando de una nueva crisis económica que vio venir, a través de un programa de intercambio internacional.

Varias agencias de viajes ofrecen intercambios estudiantiles, pero también promocionan programas laborales para trabajar cuidando a niños y niñas mientras los migrantes estudian. Para formar parte de este plan, era necesario dominar el inglés hablado y escrito y contar con conocimientos básicos sobre cuidado de niños.

Nerviosa, con temor de ser víctima de trata o de la delincuencia común, Erika decidió abandonar su ciudad, su familia y su carrera y se apuntó a uno de estos programas de intercambio. Obtuvo una visa estudiantil con vigencia de un año, pero ella no ha regresado. Volver tampoco es una opción para ella. “Quizás en un futuro volveré, pero simplemente para visitar a mi familia”.

Erika pertenece a la segunda generación de migrantes en busca de estabilidad económica en su entorno familiar. Sus padres ya se marcharon a España por la crisis de 1999. Ahora, ella lamenta que el ciclo se repita y que después de 24 años, su país esté sumido en una nueva crisis. 

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Con el sueño de migrar hacia EE.UU., Juan E. dejó sus estudios de Derecho, en Ambato, se endeudó y se marchó. Su trayecto comenzó el 7 de marzo de 2023. Él había cumplido 21 años. Se separó de su madre y de su hermano menor, con el ideal de procurarles bienestar. Quiso llegar en avión hasta México y cruzar por tierra la frontera hacia EE.UU., pero en su escala en Panamá le negaron el ingreso. Juan se vio acorralado y decidió continuar su travesía cruzando la selva del Darién. Los ecuatorianos conforman la segunda nacionalidad que más usa este trayecto para migrar, después de los venezolanos. Hasta septiembre de 2023, al menos 29 000 ecuatorianos cruzaron por esa ruta durante el 2023, según la información de la oficina de Migraciones de Panamá. El portal Primcias reportó que entre octubre de 2021 y agosto de 2023, 205 649 ecuatorianos migraron hacia Colombia cruzando los pasos fronterizos oficiales, en Rumichaca y San Miguel, pero solo 141 423 entraron de vuelta por esos mismos pasos fronterizos. La diferencia de 64 226 migrantes daría cuenta de quienes no volvieron al país.

A medida que avanzaba, Juan E. vio las huellas que dejaban otros migrantes: ropa abandonada en el suelo, botellas de bebidas, residuos de comida, mochilas.

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Vivienda en deterioro y abandonada en el sector de Ambatillo alto. Foto: Ana Martínez

Una vez que llegó a México, su familia contactó desde Ecuador a unos coyoteros para que lo llevaran hasta Mexicali, uno de los puntos más cercanos a la línea de frontera. Pero el coyote engañó a Juan. Lo abandonó y le robó 3 500 dólares. Sus parientes no se rindieron y consiguieron un nuevo coyotero en México que les pidió cerca de 4 000 dólares para ayudarle a terminar su travesía. Luego de un tiempo, Juan arribó a la ciudad fronteriza de Calexico, en el estado de California, EE.UU., donde la patrulla migratoria lo detuvo junto a otros migrantes que lo acompañaban. 

Juan recuerda que llevaron a todos a un centro de detención. “Era un lugar que olía desagradable. Estaba enfocado en salir de esas cuatro paredes porque sufro de claustrofobia, entonces traté de estar espiritualmente tranquilo para no perder la cordura, porque ahí no te prestan atención, ahí son indiferentes”. 

Juan quería ser procesado para así quedarse en el país, pero eso nunca sucedió. Fue trasladado “sin comunicación” y “en medio de mentiras” hacia otro lugar. En realidad, cuenta, lo estaban devolviendo a Ecuador. 

Sin sus pertenencias y desesperanzado, Juan volvió. Perdió un semestre en la universidad. Se había quedado sin trabajo y, además, estaba endeudado. Los primeros días no pudo dormir debido a la ansiedad. “Hay momentos en los que me derrota la tristeza, la desesperación. Tengo ganas de salir corriendo e incluso ganas de quitarme la vida, porque no se tiene por dónde empezar sin el apoyo que uno necesita”.

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María C. nació en la comunidad de Tamboloma. Su esposo, Miguel Sisa, de 68 años de edad, no aprendió a leer ni a escribir. En su lugar, dedicó su vida a trabajar como jornalero en la parroquia Juan Benigno Vela, y a ayudar en las labores de la tierra. María y Miguel trabajaban más de ocho horas diarias labrando y sembrando para ganar unos 10 dólares por jornada. Lo hacían con la ayuda de su hija Mary, de 16 años, y su joven esposo, un campesino de la zona.

Hasta que un día de 2021, Mary se cansó y decidió contratar a un coyotero para migrar juntos a EE.UU.. La joven pareja se endeudó con varias cooperativas de crédito y vendió sus dos lotes de más de 2000 metros cuadrados cada uno, a muy bajo precio. En medio de los trámites, Mary se embarazó, así que decidieron esperar a que el bebé naciera para partir. Cuando el pequeño Emmanuel nació, los tres emprendieron su travesía.

Mary cuenta que al cruzar el río Bravo, que delimita las fronteras de México y EE.UU., casi mueren. Víctimas del susto, del otro lado del río se entregaron a la policía fronteriza, resignados ya a ser deportados. Sin embargo, un agente se apiadó de ellos, los escondió y les ayudó a pasar. Mary cree que verlos con el niño en brazos le conmovió.

Tres meses después de llegar a su destino, Mary no había conseguido un empleo estable sino sólo un trabajo informal de medio tiempo con el que hasta hoy se mantiene y ayuda a su familia en Ecuador. 

Sin estatus migratorio es muy difícil conseguir un trabajo seguro en EE.UU.. A eso se suman las barreras lingüísticas, la falta de credenciales y de experiencia y la discriminación.

A pesar de todo, Miguel celebra que su hija y su yerno hayan logrado establecerse en suelo estadounidense y hayan encontrado un empleo, aun en esas condiciones.

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“Bienvenida a México”. Esas son las tres palabras que, desde hace nueve meses, le cambiaron la vida a Maricela M. 

A sus 43 años, decidió arriesgar 8 000 dólares para salir de Ecuador ilegalmente. “Todo, con tal de huir de mi realidad”. 

Maricela se cansó de las dificultades económicas, de la delincuencia y de la falta de opciones de trabajo en Ecuador. “Saber que estaba saliendo de mi país sin intención de regresar me desgarra, me provoca una tristeza inmensa”, se lamenta, con la voz quebrada, y reconoce que lo que más le afectó fue dejar a su hija en Ambato. 

Luego de una entrevista de quince minutos en la embajada de México, obtuvo la visa y cuatro días después, se embarcó en un avión. Hizo una escala en el aeropuerto de Ciudad de México y luego continuó hasta Monterrey. De ahí, la llevaron a la localidad Piedras Negras. “Venían 30 personas en la furgoneta pequeña. Estábamos amontonados, incómodos y sentados unos encima de otros”. Fueron 6 horas de viaje. Maricela recuerda que iban por un carretero abandonado, era de noche y el vehículo llevaba las luces apagadas. El conductor se comunicaba con otro chófer por teléfono para informarle todo. “Wey, hijo de la chingada, nos están persiguiendo”, recuerda ella que exclamó el conductor. Agachados, en silencio y muy asustados, se escondieron en una gasolinera durante al menos media hora. 

Apenas el peligro había pasado, los hombres les dijeron: “Ustedes vinieron a trabajar, sigan adelante, no desmayen. Ahora, bájense y corran”. Y eso hicieron. Muchos caían, pero no recibían ayuda de nadie. “Corríamos por nuestras vidas”. 

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Casa en venta por la migración de sus propietarios, en el sector de Ambatillo, Ambato. Foto: Domenica Garcia.

Cuando llegaron al río Bravo, Maricela vio que era posible cruzar. “A mí el agua me llegaba a la altura del pecho. Pero había que saber cómo caminar, porque hay remolinos, y si te atrapa uno, te mata”, recuerda. 

Pasaron el río y subieron una montaña. Al llegar a la cima encontraron un cerco metálico. Quienes pudieron se cambiaron rápidamente la ropa mojada y cruzaron por algunos de los huecos de aquellas mallas. Entonces, apareció la policía migratoria. “Te sacan los pasadores, las pertenencias y te revisan. Te hacen botar la ropa en un carro. Te tienen parado, te hacen formar. Llaman a los carros de la policía, llegan 10 o 12 carros que son como furgonetas. Te piden tu nombre, fecha de nacimiento y el país de origen. Comienzan a llamar por países: ¡Ecuador, pase!”. 

Una vez que los migrantes capturados han abordado las furgonetas, los llevan a La Hielera, una bodega muy grande y fría. Todos tiemblan. “Si alguien llegó mojado se congela”, dice Maricela.  

El proceso dura aproximadamente 24 horas. Cada uno toma una colchoneta y una cobija muy delgada antes de dirigirse a su celda. Pueden comer pan, manzanas o papas fritas procesadas. “Nos sentíamos como cucarachas, como si hubiéramos robado o matado”. Entre los migrantes capturados se encontraban también varios niños, pero todos recibían el mismo trato.

Maricela salió de ahí después de tres días. Pensaba que la llevarían a EE.UU., pero la trasladaron a una cárcel migratoria donde la reunieron con más gente detenida. “Llegué y me hicieron varias pruebas, entre ellas la del Covid-19 y una de embarazo. Me revisaron los pulmones y me dieron ropa. Pidieron que me bañara. Di nuevamente nombres, datos, y llamaron a la persona que me iba a recibir. Me dieron comida y me pusieron nuevamente en una celda, en la que estuve durante un mes”.  

Luego de ese encierro y sin información alguna sobre su situación, Maricela fue llamada a audiencia. Un juez estadounidense le interrogó y luego le hicieron volver a la celda. Días después le pidieron que firmara unos papeles. Creyó que la deportarían, pero había firmado sus papeles de ingreso a EE.UU.. Ahora, Maricela tiene asilo político y trabaja en un hotel. El asilo que le otorgaron se debe a amenazas de muerte que recibió en Ecuador. Muy pronto podrá reencontrase con su hija en Estados Unidos, como es su anhelo.

EL IMPACTO PSICOLÓGICO DE LA MIGRACIÓN 

A inicios de 2023, la madre y la hermana de Johana M. junto con su padrastro, buscaron coyoteros para migrar a EE.UU. La travesía duró dos meses y una semana. “La desesperación y la angustia se adueñaban de la razón”, cuenta ahora esta mujer de 27 años. Mientras cruzaban la selva del Darién, Johana no supo de ellos durante más de cuatro días. “Fueron los días más difíciles, sentí que perdí a mi madre”. Al quinto día, su hermana llamó por fin y le contó que ella había sido rescatada de la selva por un grupo de militares. Le hablaba desde un refugio en Panamá. Pero sus padres se habían perdido dentro de la selva. 

Enseguida, Johana M. se comunicó con los coyoteros que, supuestamente, se hacían cargo de su familia y ellos le aseguraron que estaban bien.  

Después del reencuentro de su hermana con sus padres, la familia continuó la travesía y contactó a un nuevo “coyotero”, quien logró que cruzaran hacia suelo estadounidense. 

Hoy Johana se encuentra sola con la responsabilidad de educar a su hijo, pero también debe velar por su hermano de 25 años, quien padece esquizofrenia.  

En los últimos meses, la mujer ha aprendió a afrontar la vida de una manera diferente, pero aún hay días en los que la depresión, la angustia y la desesperación vuelven a aparecer, según relata. “Duele no poder abrazar a mi madre al no tenerla a mi lado. Aunque hablo con ella constantemente no es lo mismo y no puedo contarle todo lo que me pasa, porque siento que sería darle más problemas”, se lamenta.  

La doctora Alicia Pico Guevara, psicóloga clínica del centro de salud de Ambato, subzona de Tungurahua N°18, explica que “la migración es un problema social que desencadena problemas a nivel familiar y social, trayendo consecuencias en el núcleo familiar, lo que a menudo genera un sentimiento de vacío, abandono y pérdida, porque ver partir a un ser querido genera en la persona un sentimiento de soledad”. 

De acuerdo con la especialista, enfrentar un cambio de roles y responsabilidades dentro de la estructura familiar podría afectar la estabilidad mental de las personas que se quedan. 

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Viviendas habitadas por algunos de los padres de migrantes. Foto: Carolina Sánchez

En el caso de los hijos, comentó Pico, la falta de los padres afecta la autoestima y el sentido de la seguridad con respecto a sí mismos y a su entorno, sobre todo en el ámbito escolar. La falta de contacto y apoyo cotidiano de los padres genera un dolor emocional profundo. La incertidumbre instalada en la mente de los hijos puede modificar su comportamiento. En algunos casos, incluso, los orilla a reemplazar el vacío afectivo con el consumo de alcohol u otras drogas. 

La psicóloga Carolina Villarroel confirma que en Ambato se están tratando casos  causados por la migración y la consecuente ruptura de las familias.  

Entre las principales afectaciones psicológicas constan, según Villaroel, baja autoestima, apatía, estrés, cansancio, rupturas de las relaciones interpersonales y, en algunos casos, hasta suicidio. “El dejar a estos jóvenes a cargo de otros familiares, que pueden o no tener buena relación con ellos, también podría provocar un maltrato y esto les llevaría a quitarse la vida”.  

Es común que los sentimientos que se desarrolla con más frecuencia en los niños y jóvenes que enfrentan estas situaciones sean la ira y el resentimiento, además de un posterior desapego emocional a sus progenitores. La profesional recomienda constante comunicación antes de que los familiares se separen y durante esa separación física, con el objetivo de lograr un lazo de entendimiento sobre las razones por las que alguien decide migrar.

LAS VENTAS INMOBILIARIAS DESPUNTAN EN AMBATO 

En el centro de Ambato —la capital provincial— se encuentra una de las inmobiliarias más reconocidas de la ciudad.

La migración ha ocasionado un notable aumento en la venta de inmuebles desde el inicio de la pandemia, no solo en la parroquia de Ambatillo, sino también en diferentes puntos de Ambato, asegura una fuente que trabaja en la empresa y que pidió el anonimato.  

Aproximadamente el 75% de las ventas de la inmobiliaria se concentra en el sur y en el centro de la ciudad. Las deudas, la migración o una combinación de ambos obligan a mucha gente a vender sus propiedades. La fuente calcula que cada mes, alrededor de 300 personas venden sus casas, locales comerciales, terrenos y automóviles para suavizar los gastos de sus viajes y, al mismo tiempo, para enfrentar los desafíos que les esperan en el extranjero. 

Las ofertas de compra y venta de casas aparecen en redes sociales y así establecen comunicación compradores y posibles clientes. 

Los principales compradores en la ciudad provienen de la parroquia de San Antonio de Quisapincha, reconocida por la producción y confección de prendas de vestir hechas de cuero.

Los que se fueron de Ecuador antes de la pandemia están adquiriendo propiedades en la zona urbana de Ambato a través de esta inmobiliaria. Suelen elegir ubicaciones estratégicas, con buenas conexiones de transporte, cercanas a servicios y con potencial de plusvalía, pues las compran con la intención de regresar algún día a su tierra natal y quedarse definitivamente. “Para ellos, adquirir una casa o un terreno en su ciudad de origen representa no solo una inversión a largo plazo —dice el agente inmobiliario—, sino también un vínculo emocional con su tierra y la posibilidad de retornar en algún momento”. Aunque volver todavía sea una idea remota con sabor a incertidumbre.

*Este reportaje es el resultado de un trabajo colaborativo dirigido por la periodista y maestra Jenny Proaño, con la participación de los siguientes estudiantes de la Carrera de Comunicación de la Universidad Técnica de Ambato: Valeria Arroba, Génesis Bejarano, Joselyn Carrillo, Grace Chiliquinga, Ariadne Constante, Paulo Curipallo, Katherine Faconda, Martín Flores, Tamara Fonseca, Miguel García, Doménica García, Odalis Hernández, Ana Paula Martínez, Tannia Mazaquiza, Nicole Moposita, Tannia Paredes, Christian Paredes, Flavio Ponce, Catalina Ramos, Karol Salguero, Carolina Sánchez, Richard Sánchez, Carolina Santillán, Pablo Ulloa, Sofía Vaca y Paola Varela.
Last modified on 2023-11-21

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