Ya lo dijo Andrés Oppenheimer en su último libro ¡Sálvese quien pueda! que, según economistas del London School of Economics, de 2025 adelante solo sobrevivirán los trabajadores con mayor y menor educación. Esta polarización se refiere a que, con la revolución tecnológica, las necesidades de las empresas serán tan específicas que únicamente tendrán cabida quienes estén profesionalizados para satisfacerlas.
Empleos como vendedores e inspectores de seguros, ciertos empleados bancarios, meseros, agentes de bienes raíces, agentes de viajes, vendedores en locales comerciales… son solo algunos de los que serán fácilmente reemplazados por la tecnología. Y sin ánimo de crear pánico en el mercado laboral, no solo estos corren riesgo, también médicos, abogados y periodistas tendrán que reinventarse para sobrevivir a la ola de automatización. ¿Descabellado? No tanto.
En países como Japón, los robots ya se han incorporado a la vida laboral con total normalidad. Hoteles, bancos y restaurantes ya han reemplazado a sus trabajadores por robots, tabletas o máquinas dispensadoras de comida. Las cifras indican que a nivel mundial 60% de todas las profesiones tienen al menos 30% de probabilidad de automatizarse.
Lo cierto es que la automatización va reformulando el mercado. Aparecen nuevas necesidades. Y si bien las máquinas y los robots podrán facilitar muchos aspectos de la cotidianeidad, hay tareas que solo podrán hacerlas los humanos. Pero dichas tareas o trabajos se volverán cada vez más específicos en la próxima década.
EXPERIENCIA VS. FORMACIÓN
Este cambio pone a la educación como centro de debate. ¿Hay que priorizar la experiencia profesional o la formación académica? Para el visionario y emprendedor Mac Kroupensky las futuras generaciones tendrán que estudiar cuatro o cinco carreras y el MBA será fundamental para cualquier profesión. “La educación te permite ver oportunidades donde otros no las ven”, afirma. Pero Kroupensky está convencido de que “los títulos rimbombantes serán menos importantes y priorizará la reputación profesional de la persona”. Y con esto las redes sociales como Linkedin y las aplicaciones para calificar y recomendar profesionales serán un termómetro vital.
Juan Martín, español y director de Cerem Business School en Madrid, coincide en que la formación académica tiene más relevancia que antes, porque como lo dijo Oppenheimer, solo sobrevivirán los de mayor educación. Para la tranquilidad de muchos, Martín asegura que actualmente la educación superior y de tercer nivel vive un proceso más democrático.
“Los profesionales pueden cursar un MBA o maestrías a distancia, sin dejar sus trabajos y aprovechando los recursos tecnológicos, que además les dan facultades digitales que luego pondrán en práctica en sus trabajos o negocios”. Añade que, antes, para estudiar en un centro extranjero, el estudiante debía poner en pausa su vida laboral, desplazarse a otra ciudad o país, endeudarse y muchas veces regresar a su país de origen a buscar nuevamente una plaza de trabajo. Ahora un estudiante de maestría o MBA puede hacerlo desde su casa, y a través de su teléfono o computador, estar enlazado con estudiantes de diversas nacionalidades.
Martín asegura que en el caso de Cerem, han egresado alrededor de 5.000 alumnos ecuatorianos. Personas de Bolívar, Chimborazo, Imbabura, Pichincha y Guayas que pudieron compartir experiencias profesionales con alumnos de España, India, Italia, Perú, México o Colombia, por nombrar algunas nacionalidades. “Este tipo de experiencias hacen que la educación sea más democrática”, dice Martín.
Este proceso de democratización del que habla Martín ha sido posible gracias al desarrollo tecnológico que poco a poco permite aulas virtuales y que mantiene a estudiantes conectados mediante video conferencias, redes sociales y aplicaciones de mensajería instantánea con sus compañeros y docentes. El intercambio de experiencias es mucho más enriquecedor que el del aula tradicional.
LA EVOLUCIÓN EDUCATIVA
Es por eso que las universidades tradicionales están conscientes del cambio. Según estudios de MIT, una de las mejores universidades de Estados Unidos, el futuro de las universidades será 50% presencial y 50% en línea y esa tasa puede llegar a ser 30%-70%. Con el auge de los cursos en línea, el aula tradicional va perdiendo interés entre los alumnos que, entre otras cosas, quieren desarrollar proyectos, comenzar un StartUp o vincularse lo antes posible al mundo laboral.
¡Pero, ojo!, la tecnología es una herramienta que facilita el aprendizaje y la conectividad; sin embargo, en términos de educación, la revolución tecnológica también plantea otros dilemas: nuevo tipo de estudiantes y nuevo tipo de docentes. La enseñanza no puede apalancarse en métodos antiguos. Uno de los filósofos más relevantes en el campo de la educación, Jhon Dewey dijo “si hoy enseñamos como enseñábamos ayer, los despojamos del futuro”. Esa frase dicha en 1916 tiene aún vigencia y plantea otro tema de vital importancia: el rol de educador en la era actual.
FORMACIÓN PERSONALIZADA, DENTRO Y FUERA DEL AULA
¿Cuál es rol del docente y cómo se debe educar de ahora en adelante? Para Rafael Rojano, experto en Neuromarketing de Cerem Business School, el asesoramiento personalizado a los chicos tiene que ser una constante en la educación a todos los niveles y la capacitación de los docentes es aún más importante que antes. “Hoy existen profesiones que hace apenas un par de años no existían y probablemente dentro de dos años habrá profesiones que hoy ni podemos prever. De ahí la importancia de que la educación sea lo suficientemente flexible para ofrecerles a todos ellos una respuesta a sus necesidades, a sus competencias, a sus habilidades, a sus expectativas”, señala Lojano.
Dentro de 10 años las mallas curriculares serán distintas. Las credenciales de un centro de estudios serán importantes, pero no menos importantes que las certificaciones y credenciales que entreguen las empresas. Los alumnos serán alumnos y al mismo tiempo emprendedores, analistas de datos, expertos en comunicación, vinculados al entorno, más conscientes del medio ambiente y con facilidad de desarrollar nuevas capacidades constantemente. Estos son los que sobrevivirán.
Por eso, los docentes deberán fomentar el trabajo equipo, el aprendizaje basado en retos, dar charlas motivadoras, generar experiencias en sus alumnos. Porque es cierto que un robot podrá impartir conocimiento, entregar datos de manera inmediata e ir al paso que cada persona requiera, pero no fomentará valores morales, no generará empatía, no compartirá experiencia profesional o contagiará y fomentará curiosidad en sus alumnos. Esas habilidades blandas son las que deben impartir los docentes.
La ola de automatización genera optimismo y pesimismo. Los optimistas ven con agrado que muchas tareas laborales o personales puedan realizarse a través de la tecnología. Eso dejará más tiempo libre, generará menos estrés, mayor optimización del trabajo e incluso más tiempo para aprender, para capacitarse y desarrollar nuevas capacidades. Por su parte, los pesimistas ven un mundo robotizado con millones de desempleados y jubilados a edad más temprana porque sus trabajos dejarán de existir.
Sin duda, muchos trabajos, sobre todo manufactureros o enfocados en servicio al cliente, serán reemplazado por robots. La ventaja de la profesionalización está en que, por ejemplo, un ingeniero seguramente podrá transformarse en analista de datos o desarrollará una aplicación ingeniosa, al contrario de un obrero. La educación es un puente para que generar pensamiento crítico, creativo y de razonamiento abstracto.
Ya lo dijo el economista londinense George Osborne: “la gente con altos niveles de habilidades o estudios estará bien equipada para moverse hacia nuevos trabajos que surjan en los últimos años, mientras que los menos capacitados serán los que corran riesgo de ser reemplazados por completo”.
*Periodista por el Tecnológico de Monterrey. Trabajó en medios de comunicacion impresos durante ocho años. Actualmente es relacionadora pública y gestora de contenidos. Colabora como freelancer en publicaciones editoriales.
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Last modified on 2019-08-23